viernes, 28 de diciembre de 2012

Diario incendiario nº1 (Amélie, el loco)


Aún tardo en recordar la extraña razón que te ataba a mí. No sé. Amor no llegó a ser nunca, y también asumo que jamás hice nada extraordinario para conquistarte, algo raro en mí. Y, por favor, eso de conveniencia es tan absurdo como mis muecas intentando sacarte una sonrisa fría y desganada.

En serio, tardo mucho en recordar la estúpida ley física que hacía que te acurrucaras junto a mí cuando hacía frío; o aquella broma de beso que te regalé una vez. No alcanzo a traer de nuevo los versos consonantes que te hicieran abrazarme más fuerte. Y me extraña, porque juraría tener buena memoria. Ahora sólo quedan libros vacíos y espacios tan grandes como el descarado abismo que hay en el colchón.

Tardo tanto en intentar recordar, que llego a plantearme por qué lo hago. Me aferro con dedos frágiles a lo que se podría llamar impotencia, a lo que podría ser una serena aceptación de lo que toca, incluso a la imaginación. Normalmente, a eso y al alcohol. No sé qué es lo que va primero siempre. Y, como ya hicieras tú el momento exacto justo antes de irte, no sé responder a mis preguntas.

El caso es que la ironía se teje y me juega una mala pasada; y acabo componiendo un intento (o fracaso) de obra de teatrillo barata en la que la protagonista, irremediablemente, tiene tu sonrisa.

Sin embargo, el hecho de encontrar tan difícil el mero recuerdo me hace pensar que, quizás, jamás hubo alguna razón que te atara, o alguna ley física, o algún verso.

Y así quedo de deshecho y de amparado por saber que, si eso nunca ocurrió, entonces nunca pude hacer nada. Igualmente deshecho por saberte lejos.

Opus#1

Las lánguidas almas de las rosas se marchitaron al compás de las estaciones, y el viento frío siguió vapuleando su ciudad de sueños con una falta de compasión inhumana. Cada lágrima enturbiaba más los arañazos que daba la pluma sobre el papel, las gotas de brandy en el café arrebujaban las palabras con las palabras, haciendo negros bucles de auténtico talento literario malgastado. Las aladas ideas de Cóssimo se fueron, emigrando al sur como las aves; y huérfano entonces de todo salvo de su propio lastre, acabó por desterrar aquella costumbre tan pesada como era el hecho de intentar conseguir que sus musas volviesen. El castigo de la falta de inspiración le comía desde hacía días, y no encontró resguardo en la calle, donde el aire soplaba tanto que temía porque los incompasibles vientos del norte se llevaran a sus ideas, como ya se habían llevado a Perséfone. Cóssimo estaba abatido, y echaba de menos el sol. Era entonces cuando el Senna se helaba y le privaba de reflejo siquiera, y el alma de Cóssimo se estancaba en la melancolía lenta de principios de Enero. Y ni siquiera el canto de las golondrinas, contrastable por su ausencia, le marcaba el ritmo de camino a casa. Cóssimo no era Cóssimo, sino una breve sombra desdibujada de aquel, un chupado trazo abrigado que se arrastraba de cama en cama, de Bourbon en Bourbon, de obras de Víctor Hugo a exposiciones de Goya.

Echaba de menos el sol.

Nunca sabría si el sol era ella, o era tan sólo una depresión post-otoñal.

domingo, 23 de diciembre de 2012

# 17. IRMÃO

Aunque hubiera tenido que hacerte un blog por obligación, que sepas que lo habría hecho. Al rubio, al Yosé,  a Danielle, a Mou, a Jose. A todos ellos y en conjunto a ti.

Tú que eres mi imagen del verano, casi todos los días ahí, cuando no, en la distancia. Siempre cerquita, por si acaso, siempre sonriendo, siempre con la cordura necesaria para hacerme recordar que estoy demasiado loco. Siempre ahí, lo único que cambia son el lugar y las circunstancias. Las canciones de fondo, la habitación, el balón, el césped, el autobús, la película, el botellón, lo que llevara en aquel momento el vaso. Eso es lo único que cambia en toda la historia. Y repito tus palabras: cada momento es ahora eterno en la memoria, pero es por nuestra eternidad por lo que no puedo quedarme con una sola cosa. Aquello que hicimos ya está hecho, por lo que inventemos algo nuevo. Como no, el alemán y el inglés, el pokémon, mono rechulón y D.R., di Natale en las celebraciones. Master & commander. Y censuro.

Son unas pocas de cosas empezando hace tres años, y remarcando desde este Junio. Feria y posteriores. Lo mejor de nuestra historia, el comienzo de la eternidad. Las risas, las bromas, las hostias, los Panamera, todo aquello que merece la pena recordar al día siguiente, y al siguiente. Ese aire de conquistador que tienes,  esas incoherencias en las que me veo reflejado casi sin querer, esas otras cosas en las que te veo a ti. Un reflejo, imagen y modelo, a todo esto. The special one.



Y sí, ya son 17, que eres el pequeño. El pequeño, pero muy grande, tú, que no te pesan los años, capaz de sacarme una sonrisa cuando sea. No me dejo, y ayudan tanto como cualquier rato contigo. Arte, eso es lo nuestro. La clase, la categoría, esa compenetración, tú rubio, yo moreno, de la misma altura, el equipo de dos. Aquel barco que no se hundió, aquellas estúpidas peleas que se acabaron, pero que reforzaron el comienzo de la eternidad. Una eternidad que mira al futuro sonriendo, que igual allí en la capital nos conocen, el dúo diez. Yo me doy un uno. Tu eres el nueve. Los fiesta, los fútbol, los liantes. El loco y el italiano.
Que nos queda muchísimo por vivir, empezando por la próxima tarde. Y no se ve el final. Eso es lo bueno. Que vengo de la selva, y necesito algún tío coherente, a una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida, al 16 que cumple 17, al de la Roma, al del Madrid, al genio y figura, el tío que hace que veas las cosas fáciles. El person, el que apunta mal, el que, aunque no lo sepa, está más loco que yo. El que cumple años con la certeza de tenerme ahí siempre, y el que me va a tener los años que hagan falta. El ying. ¿O era el yang? Da igual. El que siempre me deja un tweet para hacerme ver que no hace falta más. El que en teoría sólo habla de fútbol, que es capaz  de sacar sonrisas sin quererlo. Eso intento yo, irmao, que esta es tu felicitación, a imitación de la tuya. Esa que me dejó con una sonrissa de boludo hasta que me dormí esa noche, el Yosé, el Croyff, Mouny Deep, el mago. Jose, que te has ganado el apelativo a la fuerza. Gracias por estar ahí, y por favor, quédate. Yo lo haré.


""HABRÁ MILES DE RECUERDOS COMO ESTE, INOLVIDABLES TAMBIÉN PERO SIEMPRE MEJORES. FELICIDADEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEES¡¡¡¡ 17""


Y ahora ponle cualquier BSO de las nuestras, o la de Rest of my life. Esa es la canción

Praga 1

Praga 2 (las bragas?)

Dúo bueno

los bichos

Jordi

EL MÁS CHULO

Il capitano

Una de 4883983493


los bichos

El León Inglés-por cortesía de Mr Methapors

Smiley

Los bichos 

Los bichejos

Guidos-Summer 12



Nochevieja




















Rest of my life

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Variazione di un tango


En aquel espacio de tiempo entre el metro y su casa comenzó a pensar por primera vez.  A pensar en cuánto echaría de menos sus ojos, aquella manera especial que podía tener de arrugar la nariz cuando algo no le hacía demasiada gracia, sus medias sonrisas posteriores. Se sintió algo más desamparado que el momento antes de haberse echado a pensar, así que apretó el paso.  No era otra de sus descripciones tristes y arrastradas, tan sólo una apreciación.  Hacía frío, y desde hacía tiempo sospechaba secuestro, pero siempre había sacado fe de las dudas que empapaban su almohada, y no sabía exactamente cómo.

Ahora, sin embargo, las dudas se le habían hecho tan obvias que no eran dudas, sino cuadros burlones en las paredes del mismo pasillo que tenía que recorrer una y otra vez.

Él, irremediablemente, lo aceptaba, y cruzaba las manos tras la espalda mientras andaba. La resignación le dejaba siempre un sabor algo grisáceo, pero era mejor que la pena doliente del que sabe que no puede hacer nada, y se castiga por algo que, como es, escapa de su alcance.

“Sencillamente el amor es un juego, una ilusión para uno que para el otro jamás existe. “

Ahora comprendía el porqué de los largos silencios abatidos y borrachos del Capitán.
Ni una sola mención mental más del nombre de su musa en el resto del camino. Le temblaban los dedos con la experiencia del que se sabía desamparado en el ascensor. Tamborileó una vez más aquel ritmo nervioso antes de abrir la puerta de su piso, y ver que no estaba.

Los cuadros del pasillo se cayeron todos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Matemáticas, amor y locos.

Queremos creer en leyes físicas, como antes se creía en Dios. Queremos creer que todo está justificado, que hay escrita una fórmula en el espacio sideral que justifica que ella no esté, que la cama esté tan vacía. Realmente, estamos tan engañados por nosotros mismos, y sobrevaloramos tanto a esas cuatro fórmulas casuales, que, sencillamente, no aceptamos que las cosas pasan por necesidad. Nos colgamos de la Luna sin saber que va a soplar demasiado viento, grabamos sueños con tanta facilidad que los desperdiciamos.

Desde aquí, compadezco a los físicos de pizarra y bata, y gafas gruesas, tan abocados al desastre, que se aferran a lo que dijeron cuatro Gauss, Bayes, Pitágoras(?).

El universo es injusto. Y las matemáticas despiadadas. Y los pobres que miramos con respeto esas leyes inaccesibles para nuestras plumas de letras, tan sólo podemos conformarnos con escribir mentiras (o cuentos, la palabra varía según el optimismo). Y luego, en autoconvencernos de ellas: "esa chica no está por no merecerme"," la cama es mejor así, más amplia" (maldita amplitud, parece un barranco). Y si no lo intentamos, dejamos que la música lo haga por nosotros. A veces no hace falta que sea en el idioma propio, a veces no hace falta siquiera un idioma. Un piano que nos hable claro nos derrumba el castillo de naipes de un manotazo.

Ahora soy yo el confundido. No sé a quién compadezco más. Pobres locos soñadores. Pobre yo.

VL

martes, 23 de octubre de 2012

París I



Quizás si mis pasos no me hubieran llevado hasta París, no habría vuelto. Aún hoy siento la magnificencia con la que me desveló la ciudad la primera vez, aquella primera vez en la que yo llegaba por casualidad y completamente derrotado, huérfano de amor y apurado de dinero. Recuerdo que París me maravilló con sus elegantes edificios recargados, sus frágiles torres altas, las luces brillantes que se veían en el espejo sempiterno del Senna. Recuerdo verme a mí mismo intentando cazar un rayo de sol, aunque fuera aislado, para poder satisfacer esa morriña que todos los acostumbrados al sol tenemos. Recuerdo que la Torre Eiffel no me impresionó tanto como lo que quedaba a nivel de suelo (los amores, las penas, el armónico acento francés; lo mundano en general), mientras aquella arrogante bandera francesa pugnaba por separarse de la puntiaguda señal hacia el cielo que lanzaba Eiffel, azotada por los vientos fríos que yo combatía con café y bufandas. Recuerdo los amores de metro que tenía yo con las francesas, elegantes, sutiles, reinas de la moda y el encanto; recuerdo cómo perdía una y otra vez la parada de la Roue de Cautelar por quedarme mirando un delicioso segundo más aquellos ojos que solían estar enmarcados por una ojeras de preocupación o estrés, y que yo mismo prometía borrar con un beso; también recuerdo cómo sentía un pellizco triste por perder de vista a mi nueva enamorada (cuyo nombre, en mi imaginación, siempre acababa en “e”).

Por tal acumulación de recuerdos que me hacían perder la mirada varios segundos durante mis noches venidas a poco, volví. Volví a París, volví al frío, que une más a los enamorados, y desvela a los desamparados (debería ser al revés, es lo justo en un universo donde nada lo es, y ni las matemáticas tienen compasión). Volví a sentarme en un banco cualquiera para ver pasar a la gente, volví para sonreír un poco con el alma. Volví a sentir apetito por la comida, que hacía juego con las mujeres: breves, tímidas, frágiles, ardientes tras una máscara de indiferencia, perfectamente insólitas. Comencé a coger aprecio a los mètres que me servían el vino, que sustituyó milagrosamente a mis accesos incontrolados de Bourbon; también a los estirados ejecutivos de traje y maletín, que no veían el momento de salir a correr para salvar la economía. Los apreciaba porque me enseñaron que la vida no es para eso, es para tomársela con calma. Es algo que encaja a la perfección con mi filosofía  de la resignación. En París hubo muchas miradas francesas que pudieron quedarme colgando de sus pestañas con rimel, pero que dejé pasar con un elegante capotazo y una sonrisa de perro viejo, “A estas me las conozco yo”. Me dediqué a sonreír, pues eso, con el alma. También me dejé enamorar por la fotografía, otra de mis pasiones pasajeras que, como casi todas las mujeres de mi vida, llegan como un tornado, terriblemente amorosas e incontroladas, a las que yo me entrego en cuerpo y alma, ellas en cambio arrasan mi mundo, y yo me quedo con cara de bobo y con una poesía a medias colgando en el tintero cuando se van. Ése tipo de pasiones son tan fugaces que las tengo que intentar pintar para tener un recuerdo algo menos difuso al que aferrarme en mis noches a la deriva. Como ya te conté, soy malísimo pintando, es de aquel otro tipo de pasiones, que se me dan tan mal que yo decido incluir en mi currículum. Cuando termino de pintarlas son más confusas aún que lo poco que atesoro yo en mi retina, y así vivo, desvelado por los sinsentidos de mi vida.

Y la verdad, en París hice bastantes fotografías. Sigo defendiendo que el color frío del invierno es algo mágico. No pienso venderlas, no pienso hacer exposiciones de ellas, me las quedaré como recuerdo de la única mujer que ha sabido corresponder mi amor (y a la que he sabido amar). 

Pd : Me doy cuenta (y me aterro de ello) de que soy incorregible, siempre tan obvio, tan repetitivo, siempre tan aferrado a mis falsas ideas. Soy de los pocos en saber hacer depender todo de una nube. París me lo recordó. Si caí de nuevo en la fotografía, volveré a caer en las redes de aquello que abrillanta mi esencia, aquello que sólo en la música me dejo expresar.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Baires, I

Siempre lo he pensado. No debe haber persona más triste en el mundo que un argentino mojado. Casi le puedo ver, caminando calle arriba con la cabeza gacha, una mano en el bolsillo buscando algún milagro de esos que yo solía hacer, la otra en un ramo de flores también mojado, triste, con los coloridos pétalos también mirando a la acera sistemáticamente gris.

Ahí, con su acento casi estúpido, con sus manías, sus idas y venidas, su lengua incontrolable, su testarudez. Subiendo la calle como un coloso, soportando todo el peso de sus decisiones y su mundo sin más ayuda que un mudo cigarrillo que se balancea en su boca mientras murmulla improperios. Casi me parece ver la viva imagen de Roberto aquella mañana de Febrero en la que hacía frío, bastante. Y así andaba él, con una mano buscando un milagro, o algún billete extraviado, realmente no sé qué era; y la otra soportando por casi dignidad aquel marchito nuevo ramo de flores.

Recuerdo que no hubo semana más fría y lluviosa en Buenos Aires (o Baires, como lo llamaba Roberto cuando bebía y se enfadaba con el mundo) que aquella sucia y fea de Agosto. Roberto, al igual que todos los argentinos, llevaba un filósofo dentro domado a base de fracasos, alcohol y  más fracasos atribuidos a su ética, sus valores y sus mentiras; así que mientras llovía fuera, él me contaba todo lo que se le ocurría sentados a la barra de un antro del centro.

"-Realmente, la soledad no es tan mala. En algún momento de nuestra vida estamos solos, queramos o no, así que es mejor estar a gusto con uno mismo, carajo, para que cuando llegue ese momento no nos pete el orto-decía, perdiendo la mirada con una sonrisa blasfema-.Al fin y al cabo, no existen tumbas de dos."

Decía cosas de borracho que jamás despertaron en mí la más mínima sorpresa, pero otras cosas como esas me hacían levantar la mirada del fondo cada vez más difuso del vaso que estaba sellado a  mi mano. Le miraba, atónito por lo que acababa de oír, por la profundidad y cruel realidad que emanaba de aquellas palabras que se perdían en el ambiente enrarecido del bar, y tan sólo veía en él una cara de resignación cruda aceptada serenamente, antes de que volviera a beber aquel maldito whisky que sabía a demonios.

Roberto fue mi profesor en desastres el poco tiempo que compartí con él en Baires. La verdad, aquel filósofo realista y borracho decía verdades como puños que seguramente se le olvidaban a los pocos segundos, pero que en mi memoria hicieron pozos profundos. Roberto también fue mi maestro músico, me enseñó el auténtica alma argentina, el tango; me enseñó que los violines y acordeones también lloran, que no hace falta hablar para entender lo que dice "una dama", como le gustaba a él hablar con cariño y pena de sus prostitutas preferidas. Era un alter-ego de él mismo aquellos días tristes, pues las llamaba por teléfono como quien llama a una vieja amante, quedaba con ellas en su piso, y yo hacía como que me iba de allí, cuando en realidad les espiaba al otro lado de la puerta. Él las llevaba a su habitación de la mano, como un galán, las sentaba en la cama, y les hablaba. Se pasaban horas hablando de diversos temas, para acabar siempre igual: un beso en los labios tímido, suave, breve como un aleteo, justo antes de que se fueran. Él las acompañaba de vuelta a la puerta, las despedía desde al marco, amarrado como Ulises a su mástil para no salir corriendo tras ellas, y las veía desaparecer por el ascensor. Yo, que cuando les sentía salir desde el otro lado de la puerta, me escondía en el rellano, fingía llegar más tarde. Y siempre me lo encontraba sentado en su sillón viejo y verde desgastado, con la mirada perdida y oliendo a tabaco y alcohol a partes iguales, con unos cuantos billetes menos en su cartera y, quizás, una cicatriz menos sangrante en su corazón. Siempre tuve miedo de que se le cayera alguna chispa a su ropa empapada en whisky y saliera ardiendo.

La verdad, aquella semana, Roberto era una auténtica mierda de argentino, siempre mojado y fumador, borracho y viejo como para cambiar sus vicios, y no convertirlos en costumbre. Pero le apreciaba. El día que nos despedimos en el aeropuerto no había empezado a beber (aún), y pese a ello, durante el apretón de manos que nos dimos, supo responder a mi pregunta mejor que aquel filósofo borrachuzo que llevaba encadenado al alma.

"-Roberto, te confieso que vine acá buscando amor, y no he encontrado a esa..-él me miró como si ya supiera todo eso desde que nos conocimos, hacía unos ocho días, y cortando mi intención de continuar la frase, sonriendo casi de manera fraternal, me dijo:

-El amor es de pobres. Siempre lo ha sido. Jamás ha habido un rey que haya sido amado por su esposa, y este amor haya sido correspondido. Pero más pobre es aquel que carece de amor. Acordaos.

-Roberto, estás curtido en eso. ¿Dónde está mi... dama?-dije yo, con casi sorna.

-Ah, carajo, eso es complicado. El mundo es bien grande, y eso de encontrar a esa chica... está bien jodido. Sobre todo desde que el twitter nos robó el romanticismo."

Tras esta sonrisa, me dijo un "Adiós" que realmente significaba adiós para siempre, pues ambos sabíamos que no nos volveríamos a ver. Pero aquel adiós sonó alegre, casi jovial, como quien se despide por un rato. Roberto, el argentino enamorado de las putas, el filósofo borracho, el fumador sempiterno, me dejó un legado que creo durará para siempre. Quizás a eso se refería con aquel adiós.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Hoy, madre.

Compartiría hoy contigo, madre, las palabras más bonitas que pudiera llegar a  escribir si no estuviera tan borracho. Me entristece escribirte así,  desde la incomodidad de la lejanía, pero mi orgullo autocompasivo se ha impuesto a las muecas vacías en los espejos. Echo de menos las leyes físicas inamovibles en forma de consejos que solías darme. Las he olvidado todas. Sin remedio. Mi amnesia alcoholizada no es tan comprensiva como creí. Estoy gastado, abocado al desastre, madre. Creo que guardé todas las cosas que necesitaba en un baúl, y perdí la llave. Ahora estamos solos mi baúl y yo. Ya ves de qué me sirve ahora saber escribir poesía si no tengo la pluma del abuelo para trazar cuatro rimas sacadas de puntillas. Es curioso. Ahora que estoy metafóricamente desnudo, tengo más cosas que esconder y menos para impresionar. Como la ridícula manía de echarla de menos. Como mi estúpida manera acelerada de besarla antes de que se evaporase, como la lentitud agobiante con la que me acariciaba la espalda. Como las cicatrices que me dejó en la espalda. También suelo esconder mis mentiras baratas, ahora ya tan inútiles como la pluma del abuelo. De qué vale la herencia, si sólo la disfrutan los vivos, y es a costa de los muertos.

Realmente titubeo antes de escribir la siguiente frase que me ordeno imperiosamente plasmar en un papel que dudo que te llegue. Mañana a estas horas yo seré un nuevo Larrañaga, otra vez; borracho como siempre, un hombre tardío y arrepentido, con tantos pecados y deudas cosidas a su talones que dudo que le vuelvan a fiar nada, otra vez. Tan orgulloso que tirará esta carta, su última confesión absurda, otra vez. O quizás vuelva a sentarme en este banco y a mirar al cielo; y quizás vuelva a verte allí donde aseguras estar. Bueno, eso jamás lo dijiste, pero me gusta pensar que estás ahí.

Hoy, madre, reconozco que el amor es algo innecesario en mi vida. Me atrae con un par de piernas largas y otro par de sonrisas afiladas como cuchillos; y luego se esconde entre los biombos de la trastienda de una mujer: sus sentimientos, el nosotros, las miradas que sigo sin saber descifrar, las cenas románticas, los besos que significan que todo va bien. Me mareo, y acabo saltando a un lado, alejando irremediablemente a ése par de piernas que me guiñan un ojo, mientras yo crezco más y más joven, y mi cuerpo lo marchita el insomnio. La experiencia no sirve de nada. Es algo que me ata a lo ya ocurrido, sometiendo cualquier nuevo presente al fantasma del viejo pasado, quitándome tiempo y volviendo a hacerme decir las mismas frases, volviendo a mirar con añoranza por la ventana la lluvia y el mundo que baila  ami alrededor. La experiencia sólo me sirve para recordar los días largos y las tardes de lluvia, cuando me siento a la orilla de la cama a pensar en el porqué del incómodo vacío del lado izquierdo de la cama.

Hoy, madre, he querido dejarte constancia de que sigo como siempre: igual de loco, igual de abandonado por el amor, igual de quemado por el alcohol y los recuerdos, igual de vagabundo de cama. Igual de bien a medias, igual de despreocupado por unas cosas y aparentemente obsesionado con otras. Quiero dejarte constancia de que sigo viviendo esta incoherencia.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El eco del susurro.

La historia la escriben los vencedores, y desde luego que él no lo hizo. Ni venció, ni la escribió. Las cosas pudieron suceder de mil maneras distintas para cada uno, pero ocurrieron tan sólo de una. Lo malo es que esa verdadera versión se perdió en las mentiras, se hundió en el tiempo, ya ya nadie la recuerda (o se atreve a hacerlo). La soledad de los días lluviosos se presentó en su portal mil y una veces, y llamó a la puerta, y esperó pacientemente. Él jamás quiso abrir, pero tuvo que acceder. Y así pasó las horas muertas y los días fríos, viendo películas viejas y dejándose engañar por sí mismo con fantasías alocadas con Chloé, la chica de la limpieza, que se movía como un fantasma por las habitaciones, mientras él miraba al infinito punto del horizonte sentado en su butaca, de cara al ventanal del balcón. En aquel infinito punto del horizonte él se levantaba de la butaca, se giraba, agarraba con pasión a Chloé de la cintura y le arrancaba el sedoso vestido que llevaba. Pero luego el áspero sabor del Bourbon le devolvía al sofá. El amor le daba sed, por eso su vaso viajaba de la mesita de madera a sus labios cada pocos segundos. Cada día veía a Chloé moverse por aquella broma que él llamaba casa, tan grácil y sigilosa como una sombra, una de las muchas que surcaban el techo, llegando desde las altas farolas de las calles hasta aquellas bóvedas altas sobre su cabeza que siempre quiso tocar. Él miraba con igual admiración a ambas, a las sombras del techo y a la chica de la limpieza, pues eran su única compañía en su destartalada vida.

Y, entre los suaves vuelos de Chloé, el sonido metódico y acompasado de la lluvia fuera, las noches de insomnio mirando al techo, asombrado por las sombras, y los largos y lentos tragos al Bourbon, comenzó a olvidar él también aquella historia, tan clásica como tantas otras, de esas en las que siempre uno de los dos acaba mal, y del otro sólo encuentran trazadas unas líneas en folios sueltos. Una vez, hasta se atrevió a sonreír a Chloé, cuando le abrió la puerta. Lo que usualmente hacía cuando ella llamaba a la puerta era levantarse de su butaca, arrastrar los pies hasta el marco blanco cenizo, abrir con desgana, y gruñir una palabra entre el "Hola", el "Buenos Días", y el "Pasa", demasiado aterciopelada por la noche en vela con el alcohol y el frío recorriendo su garganta ya casi por instinto. Aquel día en el que le sonrió, sin embargo, había bebido menos, y hasta había llegado a dormir algo. Abrió la puerta como siempre, y cuando sus ojos se encontraron en aquel punto muerto entre el vestíbulo y el rellano, la sonrisa brotó en sus labios como por casualidad. Ella no supo realmente bien que quería decir aquella desvencijada sonrisa, algo cansada y con demasiada poca fe, así que respondió con una media sonrisa rápida, y entró.

Él nunca supo más de Chloé cuando se fue aquella tarde, al acabar de limpiar todas las habitaciones. Tras su sonrisa caída a un precipicio, volvió a su butaca, a su ventana llovida, a mirar por el reflejo de la misma a Chloé, viéndola más guapa que nunca. Sin embargo ella se fue, con un "Au revoir" que sonó casi como un susurro, pero que los días siguientes, en su ausencia, resonaron con un eco inusitado por toda la casa. No volvió más, y él ni siquiera quiso imaginarse qué versión de la historia contaría ella, qué había llegado a pensar. Vencido otra vez, se quedó allí, en la butaca, ahora sin más necesidad que la de tener una botella siempre cercana al vaso, que parecía desangrarse en alcohol cada pocos segundos. Al menos las sombras nocturnas sí volvieron, igual que el polvo y el desorden; igual que la sombra de Chloé, que, si no en la realidad, al menos en su cabeza seguía recorriendo los pasillos en silencio y con un sigilo cuidadoso y calculado.

lunes, 3 de septiembre de 2012

El Cuento del Astronauta

"Nadie puede ser astronauta. Un Don Nadie no puede ser astronauta. Bueno, probablemente alguien sí, pero no un Cualquiera. Como yo."

Es todo lo que se me ocurre pensar desde esta buhardilla vacía. Hay una ventana que me muestra cruelmente la noche en todo su esplendor. Esa noche que nos rodeaba y mecía cuando te conocí, la que acunó nuestras miradas cómplices, la que tanto frío hacía cuando nos arropábamos abrazados. Esa misma noche que me dejaste. Esa noche perlada de estrellas que son como hirientes recuerdos de tus vestigios desparramados por mi vida. Una noche que me conozco de memoria; unas estrellas tan brillantes y bellas como tú; tan frías y tan lejos... como tú. Alguna vez en mi vida he intentado tocarlas, he jugado a acariciarlas delicadamente desde aquí abajo. Papá construyó esta ventana como un ojo a la belleza celestial de la cúpula que enmarca nuestras vidas, pero esta ventana ahora me tortura y consume. Desde pequeño subo aquí de noche, y toco el cristal frío con una mano que siente la luz trémula de los astros en la distancia. Ahora esa costumbre rutinaria está acabando conmigo. Contemplo esas luces delicadas, colgadas inmóviles en el cielo, y me parece sentir su brevedad, su fragilidad. Las estrellas no son nada si no las admiras, si no te preocupas por mimarlas inútilmente desde la inmensidad de la distancia.

"Un Cualquiera como yo, un Don Nadie, título incluido". No me compadezco de mí mismo, siento demasiada aversión como para no sonreírme cuando mis ojos me detectan en el reflejo pálido del frío cristal, ahí, al otro lado. Sencillamente, recuerdo cuando jugué a ser astronauta sin conocer más estrellas que tus ojos. Y caí, irremediablemente envuelto por la Ley de la Gravedad, las demás y crueles Leyes Físicas, y esa ley matemática que siempre me da error.
***

Todas las noches subo aquí, y maldigo el momento en que quise ser astronauta. El momento en que mi estrella se apagó, yo caí, y tú desapareciste sin remedio posible. Aquel momento desde el cual estoy al otro lado del cristal, viendo pasar las noches en silencio, deslizándose mientras a mí se me pierde la mirada intentando encontrar aquella estrella a la que puse nombre que, por mera coincidencia y casualidad del fenómeno, coincide con el tuyo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

El verso perdido de Neruda (Lluvia)

Las curvas de aquella mujer era de lo poco que había conseguido recordar desde que ella desapareciese. Enrocado en su butaca, miraba la lluvia atravesar el cielo y castigar la soberbia de la ciudad. Su vejez estaba calada en él por cada arruga, estaba presente en el brillo de experiencia que delataban sus ojos. Esos ojos azules (creía recordar él), habían sido los que la habían conquistado. A ella. Ahora era sólo ella, no había nombre donde esconder sus recuerdos. Tan sólo recordaba las curvas de su barbilla, sus pómulos, sus bonitos ojos... del color que fueran. Su pelo largo y rubio, su cuerpo de mármol, esculpido por Miguel Ángel, el ritmo cardíaco acelerado que le producía mirarla fijamente a los ojos.

La edad no conseguía expulsarla de su memoria. Como tampoco lo había conseguido el alcohol. Ni las otras mujeres. Como la que le miraba atentamente desde la fría inmovilidad de una foto en su mesilla. Su mujer. Tampoco recodaba su nombre. Miró un poco más a la lluvia que destronaba los días cálidos de aquel inusual otoño. Sabía que había desperdiciado mucho tiempo intentando recordar su nombre, y sus ojos. Era terrible. Él, el autor de los cuadros más abstractos del mundo, no podía siquiera intentar un boceto suyo. Solía buscar refugio de su atormentada necesidad de recordarla como fuera en la poesía. También inspiración, por ver si uno de los versos suaves de Neruda le daba alguna pista. También escuchaba tranquilamente cada canción que le recordara a ella, cada nota, cada matiz. Pero nada. Todo se hundía en el inconmensurable lago de su memoria.

Mientras cerraba los ojos con cansancio y resignación, suspiró. La respuesta que él ignoraba estaba salpicando su ventana. Lluvia. Ojos azules. Tan libre como ella. Tan infinitamente perfecta.


 Pero él desistió, y prefirió intentar olvidar.

martes, 31 de julio de 2012

Nearby

Anoche soñé contigo. Podría ser una de mis mentiras aterciopeladas, o bien una de esas que las pillas antes siquiera de que me brillen los ojos. Pero no, esta vez fue verdad. Soñé que te recorría las caderas en un abrazo de cristal, y te miré  a los ojos. Soñé que pude ver tu mirada muy lejos de allí, en otro lugar. No se donde, pero la vi. Y comprendí que aquel no era mi sitio. Que los abrazos te los tenía que dar otro, que yo solamente podría añorarte, solo tendría mi imaginación para suplir el enorme vacío de algo que no llegó a ser, pero que pesa tanto como una losa de lágrimas. Claro, yo ya había echo planes por si realmente eras mía, y te solté de la cintura para deshacerlos; y para dejarte ir. Fue como quitar un lazo. Tuve que desescribir todas las canciones, mancharme de tinta las manos tachando cada retazo de ti pintado en mis historias. Borré los árboles, las flores, el azul, el sol y las estrellas; y me volví a pintar a mí mismo borracho, melancólico y gris en cualquier garito que jamás visité. Miento mucho, pero te juro que pinto al escribir. Pinto cosas que tuve que enyesar cuando el lazo se deshizo y tú desapareciste. Tuve que volver a hacer café para uno.

Anoche también soñé que me conformaba con mirarte de lejos cuando tú estuvieras mirando a ese otro, solamente para ver ése brillo en la mirada que a mí me resplandece sólo cuando miento. 

Anoche me desperté y te habías ido. Si realmente te hubieras llegado a quedar alguna vez, te habías ido. No como todas aquellas veces que siempre estabas, que yo te sonreía y hacíamos el amor. No. Esta vez tú rompías mis pobres historias, el consuelo que me queda.



martes, 10 de julio de 2012

El cuello de la Jirafa.


Esa era la parte que él denominaba el cuello de la jirafa: cuando la caída te lleva a un punto anterior al de tu salida, y la llegada a tu meta se te hace interminable. Le cou de la girafe, como dirían los franceses, con su pompa y su acento habitual. Odiaba a los franceses. Uno de ellos ya le había robado a su hermana, de la que no había vuelto a saber nada; en París no tuvo un solo día soleado; y los crèpes le daban alergia. Desde que llegó de París su vida había sido un completo fracaso: calentaba los flanes, ponía a congelar las pizzas y escribía al revés. Y aquel molesto picor de nariz que le acompañó hasta una semana después su llegada le resultó un suplicio, un bonito recuerdo del frío de París en Febrero, un buen catarro.

 La historia le llevaba a que ahora Margot era su única salida; por eso estaba allí esa noche oscura, como un tonto, esperando al autobús, refugiándose en la parada de una llovizna fina pero interminable como el cuello de la jirafa. Aquella chica de ojos verdes había trastocado su desatino en suerte, quizás su melancolía espesa y habitual en algunas sonrisas, y, se decía que, incluso, había despertado algo de cariño en él. Algo de cariño hacia sus sonrisas, sus miradas brillantes, sus locuras, etc. Esta vaga descripción no se debe a más que a las prisas que tenía en aquella parada, bajo aquella lluvia oscura que podía compararse con la tristeza habitual que le consumía lentamente desde el fatídico día del “incendio”. Era por eso que siempre llevaba la coraza, por eso hacía todas las descripciones vagamente, por el miedo jamás asumido de volver a confiar en alguna mujer otra vez, y que esta resultara ser, como ya fue la otra, una arpía en vez de una musa. Por eso no se fiaba. Por eso tan sólo anotó, como otras veces, aquella escueta descripción.

Aunque en el fondo, él sabía que todas sus estratagemas volverían a derrumbarse en cuanto ella apareciera en el restaurante en el que habían quedado, con aquel vestido negro, o aquella graciosa boina que le tocaba el peinado a juego; o quizás cuando le mirara cuando estuvieran bailando. Sabía que todo lo que él hacía le era inútil, pero necesitaba sentirse seguro de que, esta vez, el cuello de la jirafa no le fuera una trampa.

Por eso repasó mentalmente cada detalle de Margot antes de subirse a un autobús que dejaba adivinarse a lo lejos. Su pelo, su cara, su gracioso acento… francés. Malditos franceses. Algo dentro de él casi le arrastra fuera de la parada, de vuelta a su soledad y a su tristeza infinita, “La tristesse du le cou de la girafe”. Bueno, igual podía hacer algo al respecto.

***

Sin embargo, su mera intención quedó en eso, en un quizás colgando de la parada de autobús, que cuando llegó a la altura para que subieran los pasajeros estaba vacía. Al conductor le pareció haber visto un hombre (o a su sombra, o a la sombra de lo que fue), desapareciendo entre la lluvia, que ahora apretaba.

El resto es historia. Una silla huérfana de ocupación, frente a otra sí ocupada en una mesa de un restaurante reservada a nombre de Estela; un par de platos fríos, un “Puede que venga ahora” pronunciado con un dulcísimo acento italiano. Una sombra de hombre escribiendo sonetos junto a su ventana, al otro lado de la ciudad, mirando la lluvia castigar la soberbia de las luces; recordando a Margot, a sus ojos, a su acento francés. Un hombre colgado sobre su pánico y arropado por las ruinas del incendio que provocó Margot en él. Sabía que no era ella la que estaría ahora mismo recogiendo las cosas del restaurante y marchándose.

Malditos franceses.

lunes, 9 de julio de 2012

Las veintitrés penas del Sr. McGuire

Realmente aquella chica nueva que acababa de llegar a la ciudad le era muy misteriosa (un aspecto que él realmente apreciaba según su fingida experiencia con las mujeres), y también familiar. Muy familiar, pero siempre le parecieron inalcanzables sus labios. Quizás intentara persuadirla que en realidad la conocía, que la amaba y la quería, pero jamás tuvo el valor de decírselo. Quizás jamás reconoció que sus cuervas realmente le parecían tan interminables como las piernas de aquella otra; o quizás es que nunca llegó realmente a tener valor. Pero lo que si tuvo fueron celos, celos invisibles de aquellas manos que sí la tocaban, de aquellos labios que sí que la complacían, de aquellos ojos que ella miraba específicamente como suyos (y preciosos). Mientras ella se paseaba galantemente frente a él sin quererlo, él sentía más y más ganas de acercarse, decirle lo mucho que la quería, llevársela a su apartamento, y hacerle el amor hasta que se sintieran satisfechos ambos. Pero jamás tuvo el valor. Se limitó a verla pasearse con esa arrogancia no fingida de chica nueva, "eh tío, no me toques". Realmente sintió odio y celos de el chico que pudiera conquistarla, y, por qué no, del chico que (quizás), él fue una vez.

domingo, 1 de julio de 2012

Fase1

Recuerdo con añoranza aquellas esculturas de mujeres que ya solía yo añorar cuando era joven, antes de madurar, antes de perderlas por completo. Me embelesaban y yo les escribía canciones mudas, versos sordos, historias ciegas. Las miraba pasar de largo mientras canturreaba aquella estúpida melodía que yo mismo creí haber compuesto; las llegaba a adorar desde el punto muerto de su conocimiento, desde su ignorancia inadvertida hacia mi cariño. Luego ponía muchos adverbios seguidos y creía que estaba bien.  Mandaba cartas sin sellar, apartaba la soledad a un lado como un montón de basura. Aquel amor estúpido absorbió varios años de mi vida, teniéndome a mí como un espía tras un cristal tintado, rehén voluntario de mí mismo. Ellas... bueno, ellas lo ignoraban, yo lo sabía, pero así creía que las cosas cambiarían de algún modo algún día. Luego me di cuenta de que los cristales tintados no son buena cosa, que las historias, y los poemas, y las canciones y hasta las obras de teatro que no son juzgadas se vuelven odiosas hasta para su autor, y me di cuenta de que la melodía que canturreaba no la había compuesto. Me creí bobo, y olvidé el amor. O lo intenté.

jueves, 14 de junio de 2012

Intento#1

Hoy es uno de esos días que dejo en paz a mis atribulados personajes y me desvelo a mí mismo. El autor tiene poder absoluto sobre su creación, sobre sus propios personajes, moldes hechos, sobre su entramado. Y tiene tanta ambición que se perfila con un cincel en cada uno de ellos. La codicia del ser humano le lleva a su soberbia. Pero hoy es una de esas noches que escribo en primera persona, me como el "Yo lírico" y me destapo. Las primeras personas dan tanto juego... nunca se sabe si eres tú el que escribe, o es el personaje que va caminando por tu entramado, dictándote lo que escribir. ¿Quién manda ahora, musa del sueño?

martes, 12 de junio de 2012

Jouxd´enfants

-Aquellas piernas pasaron ya hace años por aquí, pero.. ¡oh, señor! ¡Vaya piernas! Por aquel entonces, París era la capital de algo, pero lo era; yo era un joven capaz de todo, con un bonito hotel aquí en el centro; y desde luego que sus piernas eran las más bellas de toda Europa. Los ojos de todos los hombres las seguían, desde su nacimiento casi mágico sobre aquellos tacones, hasta donde acaban pícaramente bajo un vestido dorado.
-No hace falta usted que lo jure. ¿Tiene habitación o no?
-Oh, sí, el joven Rollo Martins se enamoró perdidamente de ella. Le acompañaba un tal Louis, un trompetista negro que hablaba muy grave, y cantaba con la voz descosida por el alcohol. La verdad, los dos hacían un buen dúo, y cuando sonaba aquel rotundo vozarrón, toda la sala se callaba de golpe, asombradas por la fuerza que desprendía. Pero a mí nunca-dijo, negando con la cabeza, con cierto orgullo-, nunca me gustó su voz. El caso es que a Martins le fueron pudiendo las piernas de su amiga más que su chello (creo yo que se le harían más interminables), y dejó a Louis a solas con su trompeta. Luego llegó la guerra, y París... bueno, París dejó de ser el sueño que fue. Yo no me quedé, pero sé de buena tinta que aquellas piernas dejaron tirado a Martins, y el pobre lo pasó mal. Creo que jamás gané tanto en alcohol como la semana que se pasó balbuceando cosas entre trago y trago aquel pobre diablo.
-¿No acaba de decir que se fue?
-Claro, claro que me fui. Pero Martins también. Nos reencontramos en Nueva Orleans, donde, maldita sea, el tal Louis seguía cantando. Eso le sentó a Martins como un tiro. Y a aquellas piernas no las volvió a ver después de la guerra, desde que se despidieron apresuradamente nosedónde nosecuando. Pero él las recordaba cada noche mientras sonaba esa voz rota. Ése Armsrong era bueno, decían.

http://www.youtube.com/watch?v=8IJzYAda1wA&feature=related
http://www.youtube.com/watch?v=OilrL9SOTRQ&feature=related


martes, 5 de junio de 2012

Too far to sea.

No quisiera parecer premeditado, o descarado. Tampoco repentino y buscón, algo con intereses. Bueno, no quisiera asustarte, pero sí sorprenderte. Pillarte como hacía antes. Arrancarte una sonrisa más que unos sonoros aplausos. Demasiado lejos del mar, estamos. La verdad, todo acabó de manera extraña, tú por tu lado, yo tropezando por el otro, con el traje de graduación que dejaste a medio dibujar con palabras. Me hubiera gustado arrancarte más sonrisas más a menudo, pero ahí estabas tú, de repente lejos de mí. Una sonrisa no puede cruzar miles de kilómetros.

Te evaporaste y me quedé más perplejo que entero. Y sé de sobra que me miras, porque yo también lo hago. No consigo descifrar si son miradas de perdón, o de lástima. O una de las miradas añejas al pasado. No entiendo por qué faltaste cuando intente escuchar tus cantos, y me quedé sordo. De literatura, y de otras cosas, de esas de las que hablábamos. La bebida prometida se me quedó fría entre las manos.

Quizás fue cosa mía. No estoy seguro, no quiero ser ese patético personaje que me saco cada noche del bolsillo, ese que se marca unas reflexiones del copón, intentando ser redimido por la fuerza del destino, o algún párrafo positivo. No quiero apenar, sencillamente llamo a la puerta que dudo que escuches.

lunes, 28 de mayo de 2012

Lo irrevocable de lo esperado.

Otro día podía haber sido mejor que aquel para decidir escalar las tortuosas escaleras que le llevaban a sus recuerdos. Cualquier otro día, pero como el tiempo no espera, y él y su atribulada cabeza estaba prestos a ellos, se tambaleó todavía en traje hasta el fino parqué donde se apilaban los recuerdos confusos de aquello que él no quería olvidar, pero tampoco recordar. Por eso se consideraba un cobarde, o un enamorado, o un poco de las dos cosas..

Bueno, la verdad, sería gastar tiempo y palabras vacías en rememorar cómo repartió los recuerdos por el suelo con mimo y cariño,  ordenándolos luego de usados. También sería inútil decir cómo se sintió con cada uno de los que miró. El sabía perfectamente donde mirar, pero decidió engañarse a sí mismo, ("Por los viejos tiempos", dijo, levantando la botella y brindando al aire), así que fue mirando aquí y allá como en una vieja biblioteca de nácar.

Sería perder el sentido y las palabras decir que su mirada se clavó en otra mirada, pero ya muerta como las rosas de la primavera pasada. De esa mirada sacó dos heridas y una sonrisa de orgullo. De esos ojos verdes salió mordido, pero coleando. De cuerpo entero. Esos ojos verdes dieron paso a unos más claros, luego a otros más oscuros, luego a unos de un miel suave. Luego a otros ojos de colores que ya le habían inspirado más de una mirada añeja atrás. Inútil aquella tarde, desperdiciada del todo. No tocó la botella más que para beberse sus palabras. Bueno, él nunca fue bueno hablando.

Todo lo que pudo sacar en claro fueron unas frases buscadas de puntillas entre una noche y otra, y algún consejo del pasado que jamás fue dicho, pero que quedó grabado en su lóbulo frontal derecho. Lo demás es historia, un final cogido entre alfileres, de los suyos, unas pocas miradas de más a algo que él mismo ignoraba apreciar. Seguramente siga aún hoy dándole vueltas. Pero sería inútil del todo decir qué dos letras le llamaron más la atención. Inútil del todo.


sábado, 19 de mayo de 2012

El jazz del desconsolado hombre que escribía sonetos en el baño.

Al final, todo volvió a su sitio, donde debía estar. Volvió aquella especie de tristeza metódica que le arropaba antes de dormir, aquellos amaneceres largos en el baño, esperando alguna idea que escribir sobre el papel (sí, escribía en el baño, ¡pero siempre le había funcionado!). Qué iba a hacer sino esperar a que pasara el mal trago de jarabe para la tos que llevaba consumiendo desde que le volvió aquella molesta alergia de la falta de sus besos. Desde que se fue, vamos.

Ahora ni siquiera salía del hoyo del sofá cuando atardecía. Su vida estaba grabada con la luz de "Littel Miss Sunshine", pero él odiaba salir a beberse una cerveza mientras el sol se ponía. Se quedaba ahí, oyendo a los vecinos pegar voces, volviéndose más y más locos a medida que recuperaba el sentido de la cordura, por qué se habrían casado. Inocentes.

El trago se le estaba haciendo largo, pero jamás se dejó intimidar por esa vocecita de su cabeza que le aconsejaba como si realmente le importara. ¡Vamos, hombre! La verdad, el nunca había tenido demasiada fe en sí mismo, por eso estaba ahí, hundido en el sofá, mientras el planeta danzaba un ligero y tranquilo valls a su alrededor. Hubo una vez que hizo gala de su gran ingenio, y llegó a darse cuenta de que era cíclico: salía el sol, él empezaba a beber, se ponía, él se hundía en el sofá. El resto del tiempo estaba por y para rellenar.

Sin embargo, ni siquiera esas grandes muestras de ingenio asombroso le servían para empezar a escribir otra vez. La chispa del baño se le había apagado, ya ni siquiera escuchando aquella canción , aquel jazz suave y melódico que le servía para pasar el trago con un mínimo de decencia. Malditas musas que le engatusaron con bellos versos y que volaron, emigrando al sur con el invierno. El caso es que ya era Mayo, y él las seguía esperando. Mientras tanto, el jazz no dejó de sonar. Y sus vecinos le tomaron por loco, a él. Estúpido mundo.


http://www.youtube.com/watch?v=LaLegF2hAxI

sábado, 12 de mayo de 2012

Amelie, de... de Pereza.

Hoy las ganas de escribir me las ha levantado el mordisco que me ha dado una canción. Es extraño, es como volver con una ex, sabes lo que será pero no te esperas que pique tanto. Ídem de ídem. Los acordes suaves del principio de Amelie, de Pereza, me ha ido balanceando mientras caía al pozo. La canción es un conjunto de caricias a las cuerdas de una guitarra, y el contrapunto casi dramático de  un piano. Un contrabajo hace las veces de bajo, y se escapan algunos rasgueos tímidos de una eléctrica; todo esto llevado por una batería sencilla, de jazz. Esto es la teoría, la canción en verdad es otra cosa. Al principio  te engatusa como una historia contada en susurros en un café un día lluvioso, te balancea entre la voz suave de Leiva y la voz de borracho insómnico de Calamaro. Te dejas mecer por el compás casi sexy de Amelie, y el estribillo te devuelve a la realidad: que se ha ido, que es un sueño, que todo pasó, pero que tú sigues calado por ella.

La vuelta del estribillo es andar borracho cantando en voz alta y desafinando por la calle, pero las connotaciones son tan lindas que las reconoces como tuyas. La canción es tan frágil que te da miedo romperla si siquiera respiras más fuerte de la cuenta; es tan linda que es en sí la sonrisa de Amelie, esa que te enamoró, la que se fue dejándote bien jodido.

Esta es una de las canciones que, de verdad, puedo decir que me voló la cabeza. "Me tienes calado". Amelie de Pereza.

miércoles, 9 de mayo de 2012

La ambigüedad de los besos.

A veces, te sigo echando de menos. Siempre supe que alguna vez dejaría de tentar la dulzura sutil que picaba dentro, aquella curiosidad por saber qué más hay. Pero hoy sé que no es lo mismo que no estés, no es suficiente el rastro brillante que dejaste sobre la mesa. Tus largas piernas sobre el tapete, ahí, doble o nada. Me dejaste en los huesos, cariño, te llevo en las tripas. Pero hasta que duele, no me permito dejar de coquetear con la daga en las heridas. Cuatro filas bien seguidas, sí. Poesía barata, eso alimentas ahora. Mientras duró, hacía corteses reverencias a los otros vicios, y los dejaba pasar. Quizás fallé, me equivoqué. Me dejaste cicatrices como arañazos, suspiros por tu ausencia, y rezos por tu presencia. Aunque nunca he sido muy católico, nunca he creído demasiado en mí mismo. Qué posibilidades tenía yo de caer en tus garras largas y oscuras-largas por experiencia-, en calcular cada gramo de... tiempo contigo. Cada beso largo que te daba me consumía más que el tiempo. De eso puedes estar segura. Me dejaste en los huesos, cariño, te llevo en las tripas. En la cabeza.

[...]

 Nunca sabré si le escribo a una droga o a una mujer, siempre tan disfrazada. Y yo siempre tan confuso.

martes, 1 de mayo de 2012

El misterio del café.

El doble o nada que se despedía del humeante café que bebía tranquilamente en la otra mesa un hombre arreglado. "Quiero uno", pensó. Llamó a la camarera, una sonriente muchacha de ébano, que enseguida se giró, preguntándole si quería un café. Joder, era obvio, estaba en un café. Aquella molesta respuesta sonó en su cabeza desde dentro de su mente. Él, en vez de constatarla en alto, se fijó en los ojos verdes de ella. Y se perdió. Resbaló en ellos, más bien, en el recuerdo de ellos. En el páramo oscuro y frío de su memoria. Un lago de un extraño color caramelo oscuro le esperaba en el medio de ninguna parte. Él se dio cuenta de todo, pero avanzó como un idiota hasta tocar el agua fría del lago con la punta de sus pies. Aquello no era una introspección. Era algo más que una simple introspección, era sumergirse hasta el cuello en un agua sucia que podía traerle problemas. Pero él se dejaba entumecer los músculos por esa pegajosa sensación de cercanía, de comfort. No supo responder a esa pregunta, a ninguna pregunta que se hacía mientras el agua le alcanzaba con mimo la cintura. Sus ojos, sus besos, su piel. Su adiós, la lluvia tras los cristales, las miradas hacia el espejo. Su padre, el funeral de su madre, todo pasó, y el lo dejó pasar. Siguió perdiendo la noción de todo mientras el agua le llegaba por los hombros. Y perdió pie.

 El vértigo le asustó como a un niño pequeño. Acaba de perder la referencia del suelo, estaba flotando a merced del subconsciente, algo tan cercano, tan íntimo que le daba miedo. Sabía más de él, que él mismo. Temía su reacción. Todas aquellas cosas que le movían desde dentro como con un chasquido quedaban perfectamente explicadas entonces, quería lo que no sabía que quería, su mente estaba por encima de él mismo. De ella, de todos los que dejó atrás una vez. En el funeral de su madre comió sólo croquetas por ser un plato que ella cocinaba con mimo. Él dejó de tener sentido para sí. Y se encontró el libro de su vida, entero, vacío... buscó durante un buen rato el momento, la coma que no tuvo que dejar escribir. Nunca la encontró. El pasado le era muy denso, demasiado peligroso, comenzó a fijarse sin pretenderlo en lo que quizás podía todavía salvar: su futuro. Pero las hojas pasaban y pasaban, y no terminaba por hallar el capítulo adecuado en el plasmar la firma definitiva, "aquí me quedo". No. Lo que temía era que se topara de repente con la tapa, y fin sin poder poner siquiera el punto final. Y fue una voz desde muy lejos, muy lejos, la que secó de repente el lago, y le arrastró fuera sin que tuviera siquiera tiempo para darse cuenta.

Volvió a la mesa, abrió los ojos mucho, enfocó la ventana del café, las gotas fuera. La camarera le decía que quería un café. Lo decía preocupada, el hombre había perdido la mirada con la respuesta en la boca. Aún vaciló unos segundos, y arrastró unas letras secas, chasqueando la lengua. "Sí, café". La camarera le dejó, y él se acomodó en su silla para encajar mejor la sensación de abandono y de desaliento que se extendía desde su pecho. Tanto tiempo allí dentro para nada. Con el café en la mano, aún se planteó si era aquello real.

Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Estaba loco? Pagó el café y se fue.

http://www.youtube.com/watch?v=4-7d14o42Nk

viernes, 27 de abril de 2012

J. Cash.

Enfocar las gotas que caen al otro lado de la ventana le es demasiado doloroso como para intentarlo. Subsanar los errores no es el tema (que no le convenía hacer más), la cosa era que no había fallado en todo el rato. Y sin fallar, la perdió. El amor es un juego, no importa cómo juegues, la suerte es caprichosa, y si cae el otro lado de la moneda, el doble o nada se te queda en nada. El amor no está influido por el tiempo, como solía decir ella, no dependía de más que de sus miradas mayúsculas y de sus sonrisas asesinas. Ahora, ahoga el tiempo agrio entre cortinas rasgadas. Y se juega las últimas monedas siempre al lado que no es, nunca cara, siempre cruz. Por si acaso, guarda una foto silenciosamente en un cajón, por si un día vuelve un amor que no llegó a ser. Pero que también duele.

martes, 24 de abril de 2012

Errores matemáticos

Las pequeñas motas de tus ojos fueron el principal causante de mi locura. Si alguna vez los miré sin recordar cuánto te quería ( y querré), es que miento, y todo lo demás es papel mojado, y mentimos más de lo acordado, y no hace falta que sigas leyendo.

Y mirar fue más que un mero hecho, y los besos callaron los silencios. La sonrisa vagabunda que aparecía en tu cara de cuando en cuando me inspiró más de una canción. Si hubiera sabido lo difícil que iba a ser cantarla en tu ausencia, no resonarían más los acordes, igual que el eco de tus tacones, el bailoteo de tus uñas mientras esperabas el café.

Oh tu piel, tu piel y tu pelo a juego. Los lunares de la espalda que recorrí tras derretirme. El bonito mirar que hacían las sombras de las sombras mientras me perdía en tu mirar solapado. Creo que nunca fui capaz de descifrar tu mirada. Quizás es que no decía nada, y yo hice el tonto todo el tiempo. O quizás fui yo, que estuve lento de reflejos. El caso es que no me cuadra la nota que dejaste en tu lado de la cama. "Te quiero, por eso me voy".

sábado, 21 de abril de 2012

They wanna get my

Un ritmo tan pegajoso como pegadizo, un estilo soberbio en todos los sentidos, de cabeza alta y muecas con los labios; lleno de parches y de resacas. Una voz ajada pero viva. Un solo incansable tras cada estribillo, las subidas y bajadas de una vida desproporcionadamente relativa. Una letra antológica, un sonido nuevo, pero sacado de años de trabajo y de currarse el Camino. Gran ábum de los Black Keys. "No estoy ciego, sólo es una cuestión de tiempo".


miércoles, 18 de abril de 2012

EnfadosdeSol #4

A lo poco, se me hizo corto. Cortos tus abrazos, tus besos y tus curvas; cortos tus toques obligados, tus besos cortos; cortos como lo poco que pude disfrutar de las estrictas normas de este juego. Corta se me quedó la ecuación que falló irreversiblemente, cortas las horas, las miradas cortas.

Sufría tanto por defecto que  encontré el exceso como cura, buscando el polo negativo del imán para intentar reequilibrar la balanza. Y entonces se me hicieron largas las horas, los días sin ti, largas las piernas de las mujeres que dejaba pasar con un elegante capotazo, y las noches frías;  largos mis silencios más sonoros que un grito, largas las tardes de lluvia, los tragos largos. Y fue peor el remedio que la enfermedad, y peor aún ambos juntos. Largas las canciones tristes, el camino al baño, el paso tortuoso y obligado por tus recuerdos. Largo el mapa que estudiaba con recelo cada noche planeando mi huida de aquella cárcel que una vez llamamos casa.

Y de tanto medir, de quedarme con nada o con demasiado, y de no ver otra salida, decidí colarme en el rincón apartado del raciocinio, y elegir entre lo mucho y lo escaso. No sé si elegí bien, pero aquí estoy, dilatando tu recuerdo con el paso lento y calmado hasta la tortura, deliberadamente lento. Pero al menos, elegí yo, y el eco de tus pasos por el pasillo cada vez suena más amortiguado. Cosas de la edad.

sábado, 14 de abril de 2012

Robert Doisneau

"Tanta noche en blanco
Tanta vida en vela
Todos los intentos tirados por tierra
Él espera a que los vientos vuelvan a a hinchar la vela
Deja paso al invierno, espera a que suceda
No hagas más carnicería, y un día será otro día."


La daga hurgaba la herida como si no pasara nada cada vez que él se daba cuenta de que echaba de más la soledad. Las borracheras eran a lo Alatriste: calladamente sentado en un rincón, pensando en mil cosas a la vez, ebrio hasta llorar. Y lo peor de ellas era que eran cada vez más consecutivas.

Las nubes llevaban suspendidas sobre la ciudad días enteros, y no parecían tener ganas de marcharse. El ambiente le llevaba a la melancolía casi obligatoriamente, y casi que no pudo evitar darse paseos alrededor de las habitaciones vacías y descarriadas de la vida normal. Hubo días en los que la nieve cayó lenta y suave sobre la ciudad adormilada, y él se acomodó en la ventana como si fuera un sillón. Los papeles encima de su escritorio, todas las cartas y las invitaciones de boda, se quedaron donde estaban. No hacían falta. No se puede celebrar una boda sin dos, sería muy triste.

El violonchelo aguardaba mudo en el ángulo olvidado de la habitación, mientras los pasos secos y fríos sobre la madera se volvían una rutina. Él no hizo más que esperar a que las cosas se calmaran, que un día se despertase y no se volviera instintivamente al otro lado de la cama para ver si topaba con su presencia. Pero eso no ocurrió. En su defecto, encontró la foto de la boda que no fue. La sonrisa de Amelie, la misma que le esgrimió varias veces. La misma que despareció sin siquiera molestarse en llevarse sus cosas. Ahí estaba.



miércoles, 11 de abril de 2012

El séptimo cielo, al infierno. (Tornado, Hiroshima y tifón)

Hoy es el día en que debería escribir. Pero hay algo que falla, el botón que no he apretado. No ha crujido nada dentro, las tripas siguen en su sitio. La tarde pasa lenta, y, joder, la he dejado pasar. Como también dejé pasar a tus...

El caso es que sigo sin querer escribir, y los versos me fluyen desafinados y desordenados como si de verdad me lo propusiera. La ironía es algo que se ha acabado pegando a mi sombra y a mi... ¿estilógrafo?. Las desbocadas ideas del principio ha ido dejando paso en silencio y calmadamente a las ideas ordenadas pero escasas, que se pegan al folio como si les fuera en ello la vida. Los tópicos han dejado de ser tópicos y se han convertido en rutina, y la rutina cansa. Es por eso que sólo un revoltijo de luces, de chispazos (¿inspiración?), sigue dándole vida a este montón de papel mojado de la pantalla del ordenador.

Los lunes vacíos se me amontonan en los bolsillos de la chaqueta; los miércoles de sol se han convertido en unas horas flacas entre la comida y la ducha; los fines de semana son la antesala de los lunes. Y entre esa rutina  tan larga e insoportable como los silencios irresistibles que atraen las noches de insomnio tan magnéticamente, he llegado a encontrar ciertos ratitos de soledad en mitad de tanta gente (y tan poca).

No hace falta que me aburra, pero las ganas de escribir me saltan delante sin previo aviso. Si no me asustan, me sorprenden, y a veces las dejo pasar. Esa insatisfacción sobre mis ideas que se contradicen es también papel mojado, tiempo perdido. Las mariposas del estómago cuando la pluma se mueve del tintero al folio pueden transformarse en náuseas, y me paso de frenada.

Qué cosa es esto. Me encanta. Y eso que no quería escribir hoy.

http://www.youtube.com/watch?v=6kVoUNpLd5A&feature=related

lunes, 9 de abril de 2012

Nothing´s real about the [...]

Las horas largas de las que fuimos presos se escaparon casi sin hacer ruido cuando yo quemé las quimeras y tú diste el portazo. Y no te sentiste bien, y yo me sentí libre, pero, ¿libre de qué?. Las noches frías que se agolparon tras las ventanas los días de invierno nos enseñaron que los silencios son más dolorosos y tensos que las discusiones a gritos. Aún recuerdo las miradas del uno al otro, sentados en el lado opuesto del sofá; un sofá que a mí se me antojo de grande como un mar, tan pesado como el telón de acero. Cada noche era lo mismo, un monólogo de un silencio lento, y de fondo el constante eco metálico de la televisión encendida. Aunque ninguno llegamos a mirarla. Yo no despegué mis ojos de los tuyos, tú mirabas a intervalos.

Y la factura de a luz, claro, subió.

Ahora sé con cierta certeza (aunque lo procure ocultar) que fue mejor que te fueras. Tampoco creo haberte puesto pegas. De hecho, te abrí la puerta lo más cortesmente que me permití hacerlo. Tú creo que no te giraste, que ni siquiera acierto a recordar si me dijiste algo como despedida  (o como epitafio).

Sin embargo, las cosas pudieron ir peor de lo que fueron. De lo que ocurrió te referiré poco, unos cuantos días  menos en el calendario, algunas tardes perdidas (y perdido), poco más. Tampoco digo que fuera todo negativo. Al menos, la factura de la luz bajó.

Y tiré el sofá. Se me hacía demasiado... bueno, ya sabes.

viernes, 6 de abril de 2012

Un rayo de sol, muerde la habitación.


"No te jode, encima que sólo hago una cosa bien, la gente  mira mal con siquiera mencionarlo, y le pone pegas sin sentido. Pero, hijo mío no te desenmascares tan rápido. Invidia, envy, envie."


Colombo, los puros y la casa fría de la que te hablé (títulos entre paréntesis, já, invento mío)

Las cortinas rotas son una buena señal de que algo no va bien desde que no estás. No sé. Quizás el suelo está más sucio, las paredes desconchadas por la cal del olvido, mis alaridos roncos de pobre borracho desde un rincón de la habitación donde nos amábamos, la espesa cortina de pena que cubre las fotos. Cosas así. No sé.

El cajón de tus medias estaba tan abandonado que tuve que llenarlo con unos cigarrillos huérfanos; y mis folios, antes llenos de palabras y más palabras, inútiles del todo, pero palabras al fin y al cabo, tienen unas pocas metáforas de Sabina que son tan agrias como el sabor de cualquier cosa a mi paladar. Sigo pensando que lo tuyo fue todo un plan, un maldito plan maléfico.

Y yo lo sabía.
Pero lo peor fue que me dejé engatusar.

Siguiendo la línea que dejó tu cintura al pasar por los pasillos, he llegado hoy a un nuevo rincón que no había descubierto aún: la apatía. Consiste en sentarse en el sofá de mentiras que nos montamos, tan cómodo como inútil en mitad del salón. Sentarse ahí y quedarse con una cara de bobo descomunal mientras los recuerdo pasan lentamente, y cada vez más borrosos, más borrosos hasta que me doy cuenta del acto reflejo de llevarme la copa a los labios agrietados cada vez que te girabas.

Obviamente, como todo en tu plan, a la apatía le sigue un sentimiento de vacío y abandono, moteado de desilusión; y después de estar un rato pensando cómo combatirlo, se esfuma entre las columnas del patio. Ése patio sucio y descuidado, donde sólo llueve y hace frío (como todo en este maldito pueblo). Cuando estabas tú, no pasaba eso del todo. Hacía frío, pero no le prestaba atención. Ahora todo se ha vuelto mucho más irritante, como el reflejo del sol en la cara un día de resaca. En resumen, no sé que va mal sin ti, si las cortinas desgarradas o mis susurros a las musas del aire cuando toco el piano que, oh, no tiene siquiera teclas.

(Teclas, dientes, colmillos, los que tú me dejaste grabados en el cuello).

Me dejaste casi más interrogante y soso que Colombo sin su puro. Y ya es decir.
Cosas así. No sé.

miércoles, 4 de abril de 2012

La no-historia del viaje de un hombre desdichado.

Las tardes grises de abril quedaron atrás, cercenadas de la memoria por un intento de olvidarse de ella. Los aires de mayo pasaron incólumes por entre los restos de las ruinas de lo que quedaba del orgullo de aquel antiguo hombre; y el verano fue pasando lentamente entre los sauces del viejo lago mientras él escribía poemas de amor que, acto seguido, tiraba al fondo de las aguas tibias. Y llegaron las hojas de septiembre, los árboles desnudos de octubre, y las flores de nieve de noviembre, y no pocas veces se fue su recuerdo en ese tiempo. Él se volvía loco a cada paso que daba, alejándose de ella. A lo lejos, muy a lo lejos en el desván de su memoria, la miraba y sonreía, y cuando volvía a la realidad, tenía una amarga sensación de pena flotando en el pecho.

Pero llegó diciembre, y el frío de los huesos se le caló en el alma, y su recuerdo se enfrío más que una hoja de rosa, sutil y melodiosa, de las pocas que aún guardaba en el bolsillo. El mar le sorprendió un día, en la cuesta de una colina verde helada; y decidió quedarse allí el tiempo que hiciera falta. Enero y Febrero se fueron flotando suavemente sobre las aguas oscuras, entre la niebla matutina, y las heridas le cicatrizaron con la sal de las olas. Como en una película de Spielberg, perdió la mirada vacía y cansada a lo lejos, allí donde flotaban sus sueños, y se dejó rodear por las tímidas flores de Marzo, el sol frío de las mañanas nubladas. Y volvió Abril, y sus tardes grises. Llevaba un año fuera, pero, ¿fuera de dónde?

"El hogar", pensó, mientras se levantaba costosamente. Se acarició la barba, y echó a andar por la playa. Y recorrió de nuevo los caminos de la memoria que creía olvidados, porque a cada paso que daba su recuerdo le perfumaba los sentidos. Cuando llegó al lago de los sauces, y vio todas aquellas hojas limpias de tinta brillando en la orilla cual perlas, le embriagó una sensación de vértigo. Así que, coincidiendo con los meses de verano, volvió a sentarse junto al lago, arropado por los sauces llorones que se movían al compás de una melodía lenta.

Aquel fue el verano que más llovió.
Aunque más raro fue aquel que no paró de nevar.

El caso es que la pesada lentitud de los días le llevó a dejar pasar el verano mientras componía canciones de oído, sin objeto ni causa. Casualidad o no, las melodías le llevaron todo septiembre, mientras las hojas decoraban el lago como una alfombra de un atardecer. Y fue aquel día de Octubre en el que decidió volver cuando empezó a llover como si no hubiera llovido desde que se fuera. Y maldita lluvia, que le mojó todos los pentagramas, y les arrebató la música, cada corchea, cada silencio, cada compás quedó borrado.

Así que se los ojos verdes de Laura no tuvieron donde fijarse cuando clavó en su puerta cada una de las hojas, blancas como la nieve que comenzaba a caer por Noviembre. Tan sólo había unas palabras, garabateadas a toda prisa en uno de los folios.

"Las horas vacías"

Él no dijo nada cuando ella se presentó en su casa, llorando, tan sólo la abrazó. Pero no volvió a hacerlo más que una vez. 

martes, 3 de abril de 2012

Prelude nº 2


Las cosas pasaron porque no iban bien, y, en el fondo, tú y yo lo sabíamos. Bueno, yo sabía que dejaría de seguir tus movimientos nerviosos al salir de la ducha; que no volvería a encontrarme tus ojos verdes mientras rebuscara un poco de amor (o algo parecido) en los bares; sabía perfectamente que el piano se me haría más largo y mucho más triste. Maldita sea, lo sabía. Lo que no se es por qué no hice nada para evitarlo.

Cuando te largaste, decidí no mentirme a mí mismo, no decirme al espejo que no te necesitaba, no dejar de cantarte las canciones aunque no estuvieras. No sé donde estás ahora mismo, pero sé que lo suficiente lejos de aquí como para intentar mentirme a mí mismo e ir a buscarte. Los aires de chulo de Bodeville se me escapan, y no quiero ni siento nada más que ese malestar profundo en el pecho. Si yo te quería, y tú también... por qué... bueno. Supongo que las cosas pasaron porque no iban bien. Y en el fondo, tú y yo lo sabíamos.

Ahora, soy yo, y no mis pobres personajes de novela barata, el que bebe hasta olvidarse de su nombre, pero no de tu olor. Mis pobres personajes de novela barata, tan fieles, tan borrachos, tan pobres como yo les permito ser. Supongo que me la perdonarán. Pobre yo, escuálida sombra de los días soleados, nota en mitad de un pentagrama que no escribí. Esa es otra. El piano me quema, y las melodías tristes se repiten como un disco de vinilo. No es una rendición incondicional, pero es algo similar. Sin embargo, no pienso dejarme caer. Las cosas no son como aparentan, y las heridas sanan, y los efectos del alcohol desaparecen antes siquiera de que te de tiempo a darte cuenta de que estás sobrio. Volverán esos paseos con las manos atrás, y esas sonrisas. Volverán las melodías alegres en el piano, créeme. No has ganado.
Eso sí, no de inmediato. No me mentiré a mí mismo, pero tampoco me defraudaré. El insoportable reflejo del espejo es, al fin y al cabo, mi único compañero.

Antes de irte a a acostar,
Lee esto.
Estaré esperando que acabes para dejarte las cartas bajo el felpudo. No me olvidarás tan fácil.

Coge de cada una de las tres anteriores la primera.
Ahí está la prueba.

Fdo: Un anónimo para Hanfry. Y esta a su vez, de Hanfry  a B. Por cortesía de ése loco tuyo.

jueves, 29 de marzo de 2012

El fantástico Ralph.

"Tengo un plan, y un atlas en las manos". Palabras más peligrosas jamás habían salido de la boca de un viajero; y jamás tan convencido como cuando lo dijo en voz baja mientras tocaba el piano "al azar", como él solía decirle a tocar aquella melodía que le compuso "al azar" a una chica "al azar". La verdad, él se llamaba Benjamin, no Ralph, pero siempre le había gustado darle la vuelta a las cosas. Ralph era su hermano, el listo, el alto, el que trabajaba atado a un despacho, el favorito de sus padres. Y bueno, Benjamin jamás había podido ser él, o no habría sabido. Y ahora su hermano se encontraba en la oficina, y él haciendo las maletas con la determinación de embarcarse en un viaje que le llenase allí donde Ella había dejado un vacío tan grande y tan profundo que parecía un agujero negro. Las notas "al azar" se repetían en su cabeza, Mi, Sol#, Mi, Fa#, Sol#, Mi. Algo básico, pero preciso, lo que él quería.  Con ese ritmo y esa melodía, trazó su viaje sobre el atlas. No utilizó reglas ni nada de eso, cosas inútiles y frías, tan frías como el montón de dinero (frío) que su hermano atesoraba sin gastarlo. El dinero, como la salud y las ganas, estaban para gastarlos, y su hermano no lo sabía.

Pero Benjamin sí. "Tengo un atlas, y un plan entre manos". No eso no rimaba, no encajaba con la melodía, y él se ponía nervioso, y lo tachaba y mascullaba.

Benajmin siguió componiendo los ratos libres que le dejaba la ardua tarea de hacer su maleta, y el día que se puso frente al pentagrama pintarrajeado y tachado, pero acabado en su totalidad, se sintió orgulloso. Ya sí podía irse. El mapamundi se le había hecho pequeño a la hora de trazar su hoja de ruta, que al fin era algo más que una mera intención, y, como todo, empezó por el principio. Se puso delante del camino, y echó a andar.


miércoles, 28 de marzo de 2012

Las quince cosas que nunca te escribí

Las cosas son como son, porque si no no lo serían. Y yo no tendría por qué estar aquí intentando venderte una sonrisa que no quieres. Las rimas fáciles me parecían, pues eso, demasiado fáciles como para usarlas con ligereza en todas aquellas otras rimas que no eran mías, aquellas que te dedicaba siempre cuando dormías, o cuando salías dando un portazo. Siempre he sido un impostor, y tú jamás me perdonaste que no lo olvidara. Pero bueno, las calles se les hacen más largas a un borracho que a ninguna otra persona, así que no voy a ponerme a enumerar una por una las cosas que hacían que cada día me enamorara más de ti; pero lo que sí voy a hacer es acordarme en silencio de que tú eres ta culpable como yo de que ahora mi piso huela a ti. Ésa es mi mayor venganza.

O tampoco.

Las quince cosas que nunca te escribí siguen en el mismo cajón, no me he acordado de ellas hasta hace un momento. Ni tú tampoco. Ni tu "tampoco" tan oportuno cuando te preguntaban si tenías novio. Jazz clásico de principios del s. XX es la mejor receta para que te tomen por loco. Y ahora no deja de sonar en el tocadiscos que todavía pude robarle a mi padre. Estaba echando polvo en un rincón del desván, como mi corazón para ti ahora mismo. El Jazz me recuerda que, como Harry Lime, todos cometemos errores. Y que no por eso la luna deja de billar por la noche mientras bailo despacio con una farola. Las mujeres se me han echo complicadas de golpe; o complicadas o, más bien, inaccesibles por mi estúpida creencia de que nadie quiere a un feo con clase. Tú lo hiciste, reconócelo. Con eso me basta.

O tampoco.

El epitafio de mis relatos grises:
" Querida y Amarga Melancolía de los recuerdos dulces, te me mezclas con las sonrisas gastadas y las miradas perdidas que me dicen que estoy loco (o, más bien, la impasividad por la impotencia de lo ocurrido)"

martes, 27 de marzo de 2012

Magique.

Podríamos empezar por sentarnos frente al micro y respirar. Va míster, va, le toca.
Qué recuerdos, cuando te sentabas allí seguro, sonriente, repartiendo para unos y otros, a cada cual lo suyo, siendo justo. Tú y tu envidiable habilidad para manejar los tiempos: en esa sala llena de periodistas ingenuos con ticket para el mayor espectáculo del mundo; en los entrenos; en el cine, sufriendo; sobre el césped o el cemento, te da igual donde sea. Como la pista de cemento donde (Crack!, maldita pared que no salió!) la rodilla dijo basa, un descanso. Que ocho goles no los mete cualquiera. Como el 7 eterno del Madrid, tu ídolo: no eres el que más rápido corres, pero si ya estás ahí en el momento indicado, ¿para qué correr? ¿Para qué correr si ya corremos los otros, los que nos toca eso? No te hace falta correr para brillar, y, sí, aunque me reviente que no presiones, siempre estás ahí, un pase, una opción; el peligro cerca del área. Que se dice pronto, sabes.

Joder, así normal que tu rodilla quisiera parar.

Y sí, no soy barsilero y se me da mal el portugués, y aunque Cádiz queda lejos, sé que saldrás adelante, sea lo que sea. Que una rodilla no es excusa para un grande, y créeme, lo eres. Tú y tu habilidad para hacerme reír, para mirar cuando te tragas mis amagos, cuando te tapas la cara con un acto reflejo. Venga, hombre Johan, no te me caigas. Que esa pared que tiramos no salió bien, vale. Pero que sepas que sé que habrá más de esas. Estoy a tu disposición para servírtelas, para servirte goles. Para aprender el idioma de Coelho, para irnos a disfrutar de las chirigotas. De lo que tú quieras, Johan. No te me caigas.

miércoles, 21 de marzo de 2012

La infinita pena.

Y unos ojos... Unos ojos tan claros que de claros parecían grandes, pero no grandes de exceso, sino que podías, perfectamente, resbalar y caer en ellos hasta el fondo si te descuidabas. Maldita locura irracional que conceden los deseos diminutos que suelto al aire con cada calada; todavía recuerdo esa mirada, que se grabó a fuego en mi mente. Sus ojos me daban miedo: miedo de enamorarme como un imbécil de algo que no iba a ser más que un saludo frío por las mañanas. Pero lo más desconcertante eran esas miradas vacías que lograba conseguir, y que dolían como puñales.

Jamás me guiñó un ojo.
Ni se acercó más de lo correcto para que la abrazase.
Ni hizo más de lo necesario para que llegara a amarla como un loco.

La cosa es que las incoherencias me encajaban, y yo, que crecía viéndola brillar, llegué a encontrar respuesta a esas preguntas bobas que me hacía a mí mismo día tras día. El día que llovió tanto me llegaron todas las respuestas de golpe, y no quise volver a saber nada más de ella. Hice las maletas y me fui sin hacer ruido. De todas formas, nadie preguntó por mí.

A partir de ese día comenzaron las estupideces de loco camuflado en traje de los domingos: me enfrenté al extraño hombre cada vez más irreconocible del espejo; me aburrí a mí mismo con mis historias inventadas o gastadas; y apliqué todas las leyes matemáticas que alguna vez fallaron otra vez. No hubo más de dos resultados. Siempre mal. La verdad, me comporté como un caballero con todas las damas que conocí desde el otro lado de la ventana. Las invité a un café, quizás charlamos, les hice el amor un buen rato. Un auténtico caballero, lo que yo diga, de no ser porque me aburrí de mirar y de verlas pasar. Pero yo siempre he tenido buena imaginación. Aunque los puzzles nunca se me han dado bien.

En aquel tiempo me re-inventé a mí mismo unas tres veces. Y como ninguna me mereció la pena (como no me merecía la pena tocar otra cosa más que no fuera la progresión de notas con la que abría la canción que nunca le compuse a sus ojos), pues me quedé como estoy ahora. Así de sencillo: la mirada de la infinita pena.

http://www.youtube.com/watch?v=X61BVv6pLtw&feature=relmfu