Bueno, la verdad, sería gastar tiempo y palabras vacías en rememorar cómo repartió los recuerdos por el suelo con mimo y cariño, ordenándolos luego de usados. También sería inútil decir cómo se sintió con cada uno de los que miró. El sabía perfectamente donde mirar, pero decidió engañarse a sí mismo, ("Por los viejos tiempos", dijo, levantando la botella y brindando al aire), así que fue mirando aquí y allá como en una vieja biblioteca de nácar.
Sería perder el sentido y las palabras decir que su mirada se clavó en otra mirada, pero ya muerta como las rosas de la primavera pasada. De esa mirada sacó dos heridas y una sonrisa de orgullo. De esos ojos verdes salió mordido, pero coleando. De cuerpo entero. Esos ojos verdes dieron paso a unos más claros, luego a otros más oscuros, luego a unos de un miel suave. Luego a otros ojos de colores que ya le habían inspirado más de una mirada añeja atrás. Inútil aquella tarde, desperdiciada del todo. No tocó la botella más que para beberse sus palabras. Bueno, él nunca fue bueno hablando.
Todo lo que pudo sacar en claro fueron unas frases buscadas de puntillas entre una noche y otra, y algún consejo del pasado que jamás fue dicho, pero que quedó grabado en su lóbulo frontal derecho. Lo demás es historia, un final cogido entre alfileres, de los suyos, unas pocas miradas de más a algo que él mismo ignoraba apreciar. Seguramente siga aún hoy dándole vueltas. Pero sería inútil del todo decir qué dos letras le llamaron más la atención. Inútil del todo.
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