Queremos creer en leyes físicas, como antes se creía en Dios. Queremos creer que todo está justificado, que hay escrita una fórmula en el espacio sideral que justifica que ella no esté, que la cama esté tan vacía. Realmente, estamos tan engañados por nosotros mismos, y sobrevaloramos tanto a esas cuatro fórmulas casuales, que, sencillamente, no aceptamos que las cosas pasan por necesidad. Nos colgamos de la Luna sin saber que va a soplar demasiado viento, grabamos sueños con tanta facilidad que los desperdiciamos.
Desde aquí, compadezco a los físicos de pizarra y bata, y gafas gruesas, tan abocados al desastre, que se aferran a lo que dijeron cuatro Gauss, Bayes, Pitágoras(?).
El universo es injusto. Y las matemáticas despiadadas. Y los pobres que miramos con respeto esas leyes inaccesibles para nuestras plumas de letras, tan sólo podemos conformarnos con escribir mentiras (o cuentos, la palabra varía según el optimismo). Y luego, en autoconvencernos de ellas: "esa chica no está por no merecerme"," la cama es mejor así, más amplia" (maldita amplitud, parece un barranco). Y si no lo intentamos, dejamos que la música lo haga por nosotros. A veces no hace falta que sea en el idioma propio, a veces no hace falta siquiera un idioma. Un piano que nos hable claro nos derrumba el castillo de naipes de un manotazo.
Ahora soy yo el confundido. No sé a quién compadezco más. Pobres locos soñadores. Pobre yo.
VL
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