martes, 27 de marzo de 2012

Magique.

Podríamos empezar por sentarnos frente al micro y respirar. Va míster, va, le toca.
Qué recuerdos, cuando te sentabas allí seguro, sonriente, repartiendo para unos y otros, a cada cual lo suyo, siendo justo. Tú y tu envidiable habilidad para manejar los tiempos: en esa sala llena de periodistas ingenuos con ticket para el mayor espectáculo del mundo; en los entrenos; en el cine, sufriendo; sobre el césped o el cemento, te da igual donde sea. Como la pista de cemento donde (Crack!, maldita pared que no salió!) la rodilla dijo basa, un descanso. Que ocho goles no los mete cualquiera. Como el 7 eterno del Madrid, tu ídolo: no eres el que más rápido corres, pero si ya estás ahí en el momento indicado, ¿para qué correr? ¿Para qué correr si ya corremos los otros, los que nos toca eso? No te hace falta correr para brillar, y, sí, aunque me reviente que no presiones, siempre estás ahí, un pase, una opción; el peligro cerca del área. Que se dice pronto, sabes.

Joder, así normal que tu rodilla quisiera parar.

Y sí, no soy barsilero y se me da mal el portugués, y aunque Cádiz queda lejos, sé que saldrás adelante, sea lo que sea. Que una rodilla no es excusa para un grande, y créeme, lo eres. Tú y tu habilidad para hacerme reír, para mirar cuando te tragas mis amagos, cuando te tapas la cara con un acto reflejo. Venga, hombre Johan, no te me caigas. Que esa pared que tiramos no salió bien, vale. Pero que sepas que sé que habrá más de esas. Estoy a tu disposición para servírtelas, para servirte goles. Para aprender el idioma de Coelho, para irnos a disfrutar de las chirigotas. De lo que tú quieras, Johan. No te me caigas.

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