Aún tardo en recordar la extraña razón que te ataba a mí. No
sé. Amor no llegó a ser nunca, y también asumo que jamás hice nada extraordinario
para conquistarte, algo raro en mí. Y, por favor, eso de conveniencia es tan
absurdo como mis muecas intentando sacarte una sonrisa fría y desganada.
En serio, tardo mucho en recordar la estúpida ley física que
hacía que te acurrucaras junto a mí cuando hacía frío; o aquella broma de beso
que te regalé una vez. No alcanzo a traer de nuevo los versos consonantes que
te hicieran abrazarme más fuerte. Y me extraña, porque juraría tener buena
memoria. Ahora sólo quedan libros vacíos y espacios tan grandes como el
descarado abismo que hay en el colchón.
Tardo tanto en intentar recordar, que llego a plantearme por
qué lo hago. Me aferro con dedos frágiles a lo que se podría llamar impotencia,
a lo que podría ser una serena aceptación de lo que toca, incluso a la
imaginación. Normalmente, a eso y al alcohol. No sé qué es lo que va primero
siempre. Y, como ya hicieras tú el momento exacto justo antes de irte, no sé
responder a mis preguntas.
El caso es que la ironía se teje y me juega una mala pasada;
y acabo componiendo un intento (o fracaso) de obra de teatrillo barata en la
que la protagonista, irremediablemente, tiene tu sonrisa.
Sin embargo, el hecho de encontrar tan difícil el mero
recuerdo me hace pensar que, quizás, jamás hubo alguna razón que te atara, o
alguna ley física, o algún verso.
Y así quedo de deshecho y de amparado por saber que, si eso
nunca ocurrió, entonces nunca pude hacer nada. Igualmente deshecho por saberte
lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario