"Nadie puede ser astronauta. Un Don Nadie no puede ser astronauta. Bueno, probablemente alguien sí, pero no un Cualquiera. Como yo."
Es todo lo que se me ocurre pensar desde esta buhardilla vacía. Hay una ventana que me muestra cruelmente la noche en todo su esplendor. Esa noche que nos rodeaba y mecía cuando te conocí, la que acunó nuestras miradas cómplices, la que tanto frío hacía cuando nos arropábamos abrazados. Esa misma noche que me dejaste. Esa noche perlada de estrellas que son como hirientes recuerdos de tus vestigios desparramados por mi vida. Una noche que me conozco de memoria; unas estrellas tan brillantes y bellas como tú; tan frías y tan lejos... como tú. Alguna vez en mi vida he intentado tocarlas, he jugado a acariciarlas delicadamente desde aquí abajo. Papá construyó esta ventana como un ojo a la belleza celestial de la cúpula que enmarca nuestras vidas, pero esta ventana ahora me tortura y consume. Desde pequeño subo aquí de noche, y toco el cristal frío con una mano que siente la luz trémula de los astros en la distancia. Ahora esa costumbre rutinaria está acabando conmigo. Contemplo esas luces delicadas, colgadas inmóviles en el cielo, y me parece sentir su brevedad, su fragilidad. Las estrellas no son nada si no las admiras, si no te preocupas por mimarlas inútilmente desde la inmensidad de la distancia.
"Un Cualquiera como yo, un Don Nadie, título incluido". No me compadezco de mí mismo, siento demasiada aversión como para no sonreírme cuando mis ojos me detectan en el reflejo pálido del frío cristal, ahí, al otro lado. Sencillamente, recuerdo cuando jugué a ser astronauta sin conocer más estrellas que tus ojos. Y caí, irremediablemente envuelto por la Ley de la Gravedad, las demás y crueles Leyes Físicas, y esa ley matemática que siempre me da error.
***
Todas las noches subo aquí, y maldigo el momento en que quise ser astronauta. El momento en que mi estrella se apagó, yo caí, y tú desapareciste sin remedio posible. Aquel momento desde el cual estoy al otro lado del cristal, viendo pasar las noches en silencio, deslizándose mientras a mí se me pierde la mirada intentando encontrar aquella estrella a la que puse nombre que, por mera coincidencia y casualidad del fenómeno, coincide con el tuyo.
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