"Tanta noche en blanco
Tanta vida en vela
Todos los intentos tirados por tierra
Él espera a que los vientos vuelvan a a hinchar la vela
Deja paso al invierno, espera a que suceda
No hagas más carnicería, y un día será otro día."
La daga hurgaba la herida como si no pasara nada cada vez que él se daba cuenta de que echaba de más la soledad. Las borracheras eran a lo Alatriste: calladamente sentado en un rincón, pensando en mil cosas a la vez, ebrio hasta llorar. Y lo peor de ellas era que eran cada vez más consecutivas.
Las nubes llevaban suspendidas sobre la ciudad días enteros, y no parecían tener ganas de marcharse. El ambiente le llevaba a la melancolía casi obligatoriamente, y casi que no pudo evitar darse paseos alrededor de las habitaciones vacías y descarriadas de la vida normal. Hubo días en los que la nieve cayó lenta y suave sobre la ciudad adormilada, y él se acomodó en la ventana como si fuera un sillón. Los papeles encima de su escritorio, todas las cartas y las invitaciones de boda, se quedaron donde estaban. No hacían falta. No se puede celebrar una boda sin dos, sería muy triste.
El violonchelo aguardaba mudo en el ángulo olvidado de la habitación, mientras los pasos secos y fríos sobre la madera se volvían una rutina. Él no hizo más que esperar a que las cosas se calmaran, que un día se despertase y no se volviera instintivamente al otro lado de la cama para ver si topaba con su presencia. Pero eso no ocurrió. En su defecto, encontró la foto de la boda que no fue. La sonrisa de Amelie, la misma que le esgrimió varias veces. La misma que despareció sin siquiera molestarse en llevarse sus cosas. Ahí estaba.
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