Pero llegó diciembre, y el frío de los huesos se le caló en el alma, y su recuerdo se enfrío más que una hoja de rosa, sutil y melodiosa, de las pocas que aún guardaba en el bolsillo. El mar le sorprendió un día, en la cuesta de una colina verde helada; y decidió quedarse allí el tiempo que hiciera falta. Enero y Febrero se fueron flotando suavemente sobre las aguas oscuras, entre la niebla matutina, y las heridas le cicatrizaron con la sal de las olas. Como en una película de Spielberg, perdió la mirada vacía y cansada a lo lejos, allí donde flotaban sus sueños, y se dejó rodear por las tímidas flores de Marzo, el sol frío de las mañanas nubladas. Y volvió Abril, y sus tardes grises. Llevaba un año fuera, pero, ¿fuera de dónde?
"El hogar", pensó, mientras se levantaba costosamente. Se acarició la barba, y echó a andar por la playa. Y recorrió de nuevo los caminos de la memoria que creía olvidados, porque a cada paso que daba su recuerdo le perfumaba los sentidos. Cuando llegó al lago de los sauces, y vio todas aquellas hojas limpias de tinta brillando en la orilla cual perlas, le embriagó una sensación de vértigo. Así que, coincidiendo con los meses de verano, volvió a sentarse junto al lago, arropado por los sauces llorones que se movían al compás de una melodía lenta.
Aquel fue el verano que más llovió.
Aunque más raro fue aquel que no paró de nevar.
El caso es que la pesada lentitud de los días le llevó a dejar pasar el verano mientras componía canciones de oído, sin objeto ni causa. Casualidad o no, las melodías le llevaron todo septiembre, mientras las hojas decoraban el lago como una alfombra de un atardecer. Y fue aquel día de Octubre en el que decidió volver cuando empezó a llover como si no hubiera llovido desde que se fuera. Y maldita lluvia, que le mojó todos los pentagramas, y les arrebató la música, cada corchea, cada silencio, cada compás quedó borrado.
Así que se los ojos verdes de Laura no tuvieron donde fijarse cuando clavó en su puerta cada una de las hojas, blancas como la nieve que comenzaba a caer por Noviembre. Tan sólo había unas palabras, garabateadas a toda prisa en uno de los folios.
"Las horas vacías"
Él no dijo nada cuando ella se presentó en su casa, llorando, tan sólo la abrazó. Pero no volvió a hacerlo más que una vez.
Aquel fue el verano que más llovió.
Aunque más raro fue aquel que no paró de nevar.
El caso es que la pesada lentitud de los días le llevó a dejar pasar el verano mientras componía canciones de oído, sin objeto ni causa. Casualidad o no, las melodías le llevaron todo septiembre, mientras las hojas decoraban el lago como una alfombra de un atardecer. Y fue aquel día de Octubre en el que decidió volver cuando empezó a llover como si no hubiera llovido desde que se fuera. Y maldita lluvia, que le mojó todos los pentagramas, y les arrebató la música, cada corchea, cada silencio, cada compás quedó borrado.
Así que se los ojos verdes de Laura no tuvieron donde fijarse cuando clavó en su puerta cada una de las hojas, blancas como la nieve que comenzaba a caer por Noviembre. Tan sólo había unas palabras, garabateadas a toda prisa en uno de los folios.
"Las horas vacías"
Él no dijo nada cuando ella se presentó en su casa, llorando, tan sólo la abrazó. Pero no volvió a hacerlo más que una vez.
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