lunes, 28 de mayo de 2012

Lo irrevocable de lo esperado.

Otro día podía haber sido mejor que aquel para decidir escalar las tortuosas escaleras que le llevaban a sus recuerdos. Cualquier otro día, pero como el tiempo no espera, y él y su atribulada cabeza estaba prestos a ellos, se tambaleó todavía en traje hasta el fino parqué donde se apilaban los recuerdos confusos de aquello que él no quería olvidar, pero tampoco recordar. Por eso se consideraba un cobarde, o un enamorado, o un poco de las dos cosas..

Bueno, la verdad, sería gastar tiempo y palabras vacías en rememorar cómo repartió los recuerdos por el suelo con mimo y cariño,  ordenándolos luego de usados. También sería inútil decir cómo se sintió con cada uno de los que miró. El sabía perfectamente donde mirar, pero decidió engañarse a sí mismo, ("Por los viejos tiempos", dijo, levantando la botella y brindando al aire), así que fue mirando aquí y allá como en una vieja biblioteca de nácar.

Sería perder el sentido y las palabras decir que su mirada se clavó en otra mirada, pero ya muerta como las rosas de la primavera pasada. De esa mirada sacó dos heridas y una sonrisa de orgullo. De esos ojos verdes salió mordido, pero coleando. De cuerpo entero. Esos ojos verdes dieron paso a unos más claros, luego a otros más oscuros, luego a unos de un miel suave. Luego a otros ojos de colores que ya le habían inspirado más de una mirada añeja atrás. Inútil aquella tarde, desperdiciada del todo. No tocó la botella más que para beberse sus palabras. Bueno, él nunca fue bueno hablando.

Todo lo que pudo sacar en claro fueron unas frases buscadas de puntillas entre una noche y otra, y algún consejo del pasado que jamás fue dicho, pero que quedó grabado en su lóbulo frontal derecho. Lo demás es historia, un final cogido entre alfileres, de los suyos, unas pocas miradas de más a algo que él mismo ignoraba apreciar. Seguramente siga aún hoy dándole vueltas. Pero sería inútil del todo decir qué dos letras le llamaron más la atención. Inútil del todo.


sábado, 19 de mayo de 2012

El jazz del desconsolado hombre que escribía sonetos en el baño.

Al final, todo volvió a su sitio, donde debía estar. Volvió aquella especie de tristeza metódica que le arropaba antes de dormir, aquellos amaneceres largos en el baño, esperando alguna idea que escribir sobre el papel (sí, escribía en el baño, ¡pero siempre le había funcionado!). Qué iba a hacer sino esperar a que pasara el mal trago de jarabe para la tos que llevaba consumiendo desde que le volvió aquella molesta alergia de la falta de sus besos. Desde que se fue, vamos.

Ahora ni siquiera salía del hoyo del sofá cuando atardecía. Su vida estaba grabada con la luz de "Littel Miss Sunshine", pero él odiaba salir a beberse una cerveza mientras el sol se ponía. Se quedaba ahí, oyendo a los vecinos pegar voces, volviéndose más y más locos a medida que recuperaba el sentido de la cordura, por qué se habrían casado. Inocentes.

El trago se le estaba haciendo largo, pero jamás se dejó intimidar por esa vocecita de su cabeza que le aconsejaba como si realmente le importara. ¡Vamos, hombre! La verdad, el nunca había tenido demasiada fe en sí mismo, por eso estaba ahí, hundido en el sofá, mientras el planeta danzaba un ligero y tranquilo valls a su alrededor. Hubo una vez que hizo gala de su gran ingenio, y llegó a darse cuenta de que era cíclico: salía el sol, él empezaba a beber, se ponía, él se hundía en el sofá. El resto del tiempo estaba por y para rellenar.

Sin embargo, ni siquiera esas grandes muestras de ingenio asombroso le servían para empezar a escribir otra vez. La chispa del baño se le había apagado, ya ni siquiera escuchando aquella canción , aquel jazz suave y melódico que le servía para pasar el trago con un mínimo de decencia. Malditas musas que le engatusaron con bellos versos y que volaron, emigrando al sur con el invierno. El caso es que ya era Mayo, y él las seguía esperando. Mientras tanto, el jazz no dejó de sonar. Y sus vecinos le tomaron por loco, a él. Estúpido mundo.


http://www.youtube.com/watch?v=LaLegF2hAxI

sábado, 12 de mayo de 2012

Amelie, de... de Pereza.

Hoy las ganas de escribir me las ha levantado el mordisco que me ha dado una canción. Es extraño, es como volver con una ex, sabes lo que será pero no te esperas que pique tanto. Ídem de ídem. Los acordes suaves del principio de Amelie, de Pereza, me ha ido balanceando mientras caía al pozo. La canción es un conjunto de caricias a las cuerdas de una guitarra, y el contrapunto casi dramático de  un piano. Un contrabajo hace las veces de bajo, y se escapan algunos rasgueos tímidos de una eléctrica; todo esto llevado por una batería sencilla, de jazz. Esto es la teoría, la canción en verdad es otra cosa. Al principio  te engatusa como una historia contada en susurros en un café un día lluvioso, te balancea entre la voz suave de Leiva y la voz de borracho insómnico de Calamaro. Te dejas mecer por el compás casi sexy de Amelie, y el estribillo te devuelve a la realidad: que se ha ido, que es un sueño, que todo pasó, pero que tú sigues calado por ella.

La vuelta del estribillo es andar borracho cantando en voz alta y desafinando por la calle, pero las connotaciones son tan lindas que las reconoces como tuyas. La canción es tan frágil que te da miedo romperla si siquiera respiras más fuerte de la cuenta; es tan linda que es en sí la sonrisa de Amelie, esa que te enamoró, la que se fue dejándote bien jodido.

Esta es una de las canciones que, de verdad, puedo decir que me voló la cabeza. "Me tienes calado". Amelie de Pereza.

miércoles, 9 de mayo de 2012

La ambigüedad de los besos.

A veces, te sigo echando de menos. Siempre supe que alguna vez dejaría de tentar la dulzura sutil que picaba dentro, aquella curiosidad por saber qué más hay. Pero hoy sé que no es lo mismo que no estés, no es suficiente el rastro brillante que dejaste sobre la mesa. Tus largas piernas sobre el tapete, ahí, doble o nada. Me dejaste en los huesos, cariño, te llevo en las tripas. Pero hasta que duele, no me permito dejar de coquetear con la daga en las heridas. Cuatro filas bien seguidas, sí. Poesía barata, eso alimentas ahora. Mientras duró, hacía corteses reverencias a los otros vicios, y los dejaba pasar. Quizás fallé, me equivoqué. Me dejaste cicatrices como arañazos, suspiros por tu ausencia, y rezos por tu presencia. Aunque nunca he sido muy católico, nunca he creído demasiado en mí mismo. Qué posibilidades tenía yo de caer en tus garras largas y oscuras-largas por experiencia-, en calcular cada gramo de... tiempo contigo. Cada beso largo que te daba me consumía más que el tiempo. De eso puedes estar segura. Me dejaste en los huesos, cariño, te llevo en las tripas. En la cabeza.

[...]

 Nunca sabré si le escribo a una droga o a una mujer, siempre tan disfrazada. Y yo siempre tan confuso.

martes, 1 de mayo de 2012

El misterio del café.

El doble o nada que se despedía del humeante café que bebía tranquilamente en la otra mesa un hombre arreglado. "Quiero uno", pensó. Llamó a la camarera, una sonriente muchacha de ébano, que enseguida se giró, preguntándole si quería un café. Joder, era obvio, estaba en un café. Aquella molesta respuesta sonó en su cabeza desde dentro de su mente. Él, en vez de constatarla en alto, se fijó en los ojos verdes de ella. Y se perdió. Resbaló en ellos, más bien, en el recuerdo de ellos. En el páramo oscuro y frío de su memoria. Un lago de un extraño color caramelo oscuro le esperaba en el medio de ninguna parte. Él se dio cuenta de todo, pero avanzó como un idiota hasta tocar el agua fría del lago con la punta de sus pies. Aquello no era una introspección. Era algo más que una simple introspección, era sumergirse hasta el cuello en un agua sucia que podía traerle problemas. Pero él se dejaba entumecer los músculos por esa pegajosa sensación de cercanía, de comfort. No supo responder a esa pregunta, a ninguna pregunta que se hacía mientras el agua le alcanzaba con mimo la cintura. Sus ojos, sus besos, su piel. Su adiós, la lluvia tras los cristales, las miradas hacia el espejo. Su padre, el funeral de su madre, todo pasó, y el lo dejó pasar. Siguió perdiendo la noción de todo mientras el agua le llegaba por los hombros. Y perdió pie.

 El vértigo le asustó como a un niño pequeño. Acaba de perder la referencia del suelo, estaba flotando a merced del subconsciente, algo tan cercano, tan íntimo que le daba miedo. Sabía más de él, que él mismo. Temía su reacción. Todas aquellas cosas que le movían desde dentro como con un chasquido quedaban perfectamente explicadas entonces, quería lo que no sabía que quería, su mente estaba por encima de él mismo. De ella, de todos los que dejó atrás una vez. En el funeral de su madre comió sólo croquetas por ser un plato que ella cocinaba con mimo. Él dejó de tener sentido para sí. Y se encontró el libro de su vida, entero, vacío... buscó durante un buen rato el momento, la coma que no tuvo que dejar escribir. Nunca la encontró. El pasado le era muy denso, demasiado peligroso, comenzó a fijarse sin pretenderlo en lo que quizás podía todavía salvar: su futuro. Pero las hojas pasaban y pasaban, y no terminaba por hallar el capítulo adecuado en el plasmar la firma definitiva, "aquí me quedo". No. Lo que temía era que se topara de repente con la tapa, y fin sin poder poner siquiera el punto final. Y fue una voz desde muy lejos, muy lejos, la que secó de repente el lago, y le arrastró fuera sin que tuviera siquiera tiempo para darse cuenta.

Volvió a la mesa, abrió los ojos mucho, enfocó la ventana del café, las gotas fuera. La camarera le decía que quería un café. Lo decía preocupada, el hombre había perdido la mirada con la respuesta en la boca. Aún vaciló unos segundos, y arrastró unas letras secas, chasqueando la lengua. "Sí, café". La camarera le dejó, y él se acomodó en su silla para encajar mejor la sensación de abandono y de desaliento que se extendía desde su pecho. Tanto tiempo allí dentro para nada. Con el café en la mano, aún se planteó si era aquello real.

Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Estaba loco? Pagó el café y se fue.

http://www.youtube.com/watch?v=4-7d14o42Nk