A veces, te sigo echando de menos. Siempre supe que alguna vez dejaría de tentar la dulzura sutil que picaba dentro, aquella curiosidad por saber qué más hay. Pero hoy sé que no es lo mismo que no estés, no es suficiente el rastro brillante que dejaste sobre la mesa. Tus largas piernas sobre el tapete, ahí, doble o nada. Me dejaste en los huesos, cariño, te llevo en las tripas. Pero hasta que duele, no me permito dejar de coquetear con la daga en las heridas. Cuatro filas bien seguidas, sí. Poesía barata, eso alimentas ahora. Mientras duró, hacía corteses reverencias a los otros vicios, y los dejaba pasar. Quizás fallé, me equivoqué. Me dejaste cicatrices como arañazos, suspiros por tu ausencia, y rezos por tu presencia. Aunque nunca he sido muy católico, nunca he creído demasiado en mí mismo. Qué posibilidades tenía yo de caer en tus garras largas y oscuras-largas por experiencia-, en calcular cada gramo de... tiempo contigo. Cada beso largo que te daba me consumía más que el tiempo. De eso puedes estar segura. Me dejaste en los huesos, cariño, te llevo en las tripas. En la cabeza.
[...]
Nunca sabré si le escribo a una droga o a una mujer, siempre tan disfrazada. Y yo siempre tan confuso.
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