sábado, 11 de febrero de 2012

43#

Había una vez un pintor de marionetas que las pintaba según su imaginación: desplegaba todas las posibilidades frente a sus ojos, y las mezclaba, las convertía en nuevas, brillantes, lúcidas, alegres, tristes, risas penosas, falsas mentiras, ojos azules. Y las marionetas eran tan bonitas, que su fama traspasó fronteras y corazones. Tanto que un día, el pintor entró en su taller y se encontró con que lo habían desvalijado. Todo, no quedaba nada, sólo huecos nimios y fríos que hablaban entre susurros; y sombras largas y profundas formadas por los caprichos del sol a través de las ventanas. El pintor se quedó mirando curioso la luz y su juego, mirando cómo a partir de la luz se creaban necesariamente sombras. Y tanto se quedó mirando el pintor que se hizo de noche, y la sombra dio paso a la sombra, una más pesada y oscura, que no se iba más que con luz. Pero el pintor estaba muy cansado, y decidió acostarse.

A la mañana siguiente, observó como el proceso de la luz se repetía incansable, luz y sombra, luz y sombra. Y al pintor se le olvidó la pena por las marionetas perdidas, y los colores de su imaginación, tantos y tan bonitos, se borraron como huellas en la playa tras la marea. Por tanto, el pintor dejó de serlo, y se convirtió en un estudioso de la luz y sus efectos, y de la oscuridad y su semblante incansable.

Al cabo de dos años sentado y apuntando cosas en su taller vacío ,pero a la vez lleno de luz y sombras; y repleto de huecos pero a la vez vacío de materia; consiguió lo que quería: un libro de tomo rojo, no muy amplio, pero lleno de historias contadas por los ojos, contadas por la luz, por su imaginación irreverente y el juego de destellos de luces y sombras sobre las páginas en blanco. Era un reflejo de la propia vida: claridad y oscuridad, lo bello y lo malvado. Era el libro perfecto, trazado con los instrumentos más maravillosos y cuidados, creados por la imaginación y paciencia de su autor; un lienzo de lo opuesto y la armonía, una caja de sonidos luminosos y oscuros que se escuchaban con el corazón desde los ojos. Era una obra de arte, la número 43 según un cuidadoso recuento de su autor.

Sin embargo, aquel hombre, por viejo y cansado, murió, dejando el libro intacto y acabado en mitad de alguna parte, escondido a los avaros y maliciosos, cerrado, conteniendo su magia en sus hojas.

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