lunes, 5 de marzo de 2012
Así durante un rato.
Y aquí estoy, jugando a ser quien fuiste alguna vez, quizás, entre maquillajes pomposos y luces de camerino; y siempre dos copas de más mejor que una de menos. Aquí estoy, donde solías cantar tus triunfos antes de conseguirlos, donde te maquillabas el alma y hasta la sonrisa, y escupías despacito palabras y más palabras, siempre te gustó hablar, más de la cuenta. Eras un maldito huracán, autodestructivo, sin tiempo a nada más que a satisfacer tus faraónicos caprichos de botarate. Porque, lo creas o no, eso fuiste siempre, un botarate en manos de tu arte, don inmerecido, casi aleatorio. Me duele en el alma lo que le hiciste a tu musa, que ahora andará bebiendo desolada en cualquier callejón, perdida de su luz y su genio; un genio que fuiste tú, por causalidad, caprichos de genética, el mejor de los tres hermano que éramos. Aquí sigo, donde jugabas a componer, donde te bailaban y volaban las notas sobre papel, maldito monstruo; donde conquistabas a las mujeres (también tuvo el destino que brindarte esa habilidad) sin mover un dedo. Aquí donde te esperaban siempre admiradores y gente que te odiaba para aplaudirte, para lanzarte sonrisas y miradas, y besos, mientras yo soportaba el peso de tu sombra en silencio. Sí, hermano mío, aquí estoy. En el punto álgido de la curva perfecta de la elipse autodestructiva de un astro.
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