martes, 22 de noviembre de 2011

Franklin Station.

-Quedan apenas unos minutos más, y me iré por completo de tu vida-dice, mirando su reloj de muñeca, fingiendo una despreocupación bastante forzada.

-Nunca te he dicho que quisiese que te fueras.

-Pero me lo has dejado bastante claro, ¿no crees?-dice él, con una mirada entre pena y enfado, comida por un orgullo autodestructivo. Comienza a nevar en la estación, es un momento mágico, de película.

-Ves lo que quieres, como siempre, yo nunca-dice ella, reforzando el nunca-,nunca he querido que te fueras. ¿Acaso tienes miedo? ¿Acaso te asusta?

Por un momento, ambos se quedan callados, la nieve alfombra el suelo suavemente. El tren suena a lo lejos, las vías comienzan a vibrar, junto a los arcenes de ambos lados se empieza a arremolinar gente, pero ellos se quedan aislados en un círculo que los viajeros les dejan alrededor, un círculo de uno, dos metros como mucho, de radio; su círculo, su momento, su mundo. Una voz metálica suena desde un altavoz, anunciando la llegada inminente del tren. Él deja las maletas en el suelo, no ha dejado de mirarla desde que han empezado a hablar. Ella tiene lágrimas en sus ojos de miel, en sus mejillas encendidas por el frío. El tren llega, se para lentamente, pita. Los viajeros que pasan por su lado se les quedan mirando, pero suben enseguida. En cuestión de un minuto han subido todos, todos menos uno, el asiento 342 está libre. Y ellos siguen ahí, quietos, mirándose, retándose en silencio.

*   *   *

El sonido del tren alejándose es ensordecedor, pero en seguida suenan los cantos risueños de unos pájaros que esperan las once de la mañana ed un día inusualmente soleado de Diciembre; en el interior del tren un revisor inspecciona que los pasajeros tengan sus billetes.

-Trescientos cuarenta... trescientos cuarenta y uno... trescientos cuarenta y...tres, trescientos cuarenta y...

*   *   *

Son las once y veinte, y el café del Café sienta muy bien a mis huesos helados. Tengo lo que quería, una foto más, un instante más, tres meses más de Hospital. Él le acarició la cara tiernamente, y la besó cuando el tren comenzó a irse. Sonó el click de mi cámara. Luego de unos segundos, se arrodilló y le besó el vientre. Estaba embarazada. Sonrío para mis adentros mientras apuro el café. He visto bastante de esas en las que las que el tío no se queda en tierra. Al menos, estoy contento de haber encontrado a alguien capaz de disfrutar del amor sin tapujos, sin trampas; y que, gracias a su desconocida donación de un momento único, me permitirá disfrutar del mío unos tres meses más.

Pago el café en el Café y me voy en taxi a las oficinas. Después de cobrar, tengo que ir al Hospital a comunicarle la buena noticia. Me arrebujo en el taxi tras decirle la dirección secamente al taxista mientras le apuro, "¡Rápido!". Y pienso que ,a veces, creo que esta no es la vida que desearía. Pero su sonrisa de cristal es lo que me da fuerza. Y tanta. Aunque sea entre las mismas sábanas blancas y verdes en el mismo cuarto gris.

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