Una canción de color dorada que suena a blanco y negro, una canción de lotería, escrita para soñar, ideal para cantarla cualquier día de borrachera impertinente de esas mías, aplicable a los términos "triste, derrotado", y a "feliz, invencible". Una canción para cogerte de la mano y besarte, y decirte que te quiero; una canción cuyo ritmo nos precipite vertiginosamente a enamorarnos como unos imbéciles, a hacerlo como en las películas; una canción que perfectamente puede sonar en nuestra noche de bodas, en nuestra luna de miel; una canción para cantarte cualquier día de la semana a cualquier hora, para bailar descalzos por el salón, una canción con la que recordarte siempre con dos pies izquierdos y una sonrisa enmarcando tu carita de ámbar cuando no estés, o cuando te vayas. Una canción para estremecer hasta mis huesos cuando la cante en la ducha los lunes fríos y grises. Una canción con la que irme a dormir a falta de tu respiración suave. Cadencias y curvas se confunden con tu nombre. Y, sí, me enamoro día a día de cosas que no puedo imaginar. De ti, de tus labios casi inalcanzables, de tus mejillas sonrosadas cuando hace frío, de tu pelo suelto.
Aunque, de momento, estamos en los compases iniciales de la canción y no me he arrancado a cantar, y no es por otra cosa que por no perder el ritmo, por no cantarte a trompicones y desafinando. Perdón por pecar contra Sinatra, pero me lo merezco. ¿Te merezco? ¿Me mereces? Relativo como tus sonrisas al mirarme, incomprensibles como tus miradas perdidas. Me gustaría cogerte de la mano y llevarte agarradita por la cintura a algún sitio que no te esperes, lejos de esta ciudad monótona, de estos árboles viejos y de este río tranquilo y sucio; llevarte a algún sitio como Brasil, Europa, alguna de las Islas Griegas, y comerte allí despacito despacito. Te doy todo por un siempre. A cambio, llévame volando hasta la luna.
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