Fui un niño rápido, al que le entusiasmaban las calles mojadas que olían a lluvia y a tarde de otoño, las tardes enteras hablando de nada en cualquier sitio, mirar tu sonrisa, disfrutar tus ojos y casarme contigo cada vez que quería. Recuerdo haber bailado contigo un día de frío, pero ahora mismo se me pierde en la memoria si fue un sueño o bien fue la realidad. El caso es que olía tu perfume de niña buena desde tu casa, más o menos. Recuerdo que era un chico que por sus amigos daría un brazo, por cualquier rato a solas con ellos. Y, bueno, a veces creo recordar que esa fue la mejor época de mi vida, despreocupado, feliz, sonriente.
Pero ahora tengo más cosas que esconder y menos para impresionar, y los recuerdos se me pierden entre notas en la agenda, vicios caros y poco sanos, y una memoria infame que me funciona para lo que quiero. Prometí quererte por siempre, como en una película, pero no ha sido así. He fallado a mi promesa, y tú te has ido. Me has dejado con los zapatos de claqué atados al cuello, con el traje negro mojado, y con unas flores en la mano que no las tiro por no ensuciar la calle. Ahora, el olor a mojado lo único que me produce es la sensación de frío. He aprendido a ser más sensato y menos impulsivo, a quererme más, y he aprendido a esperar, porque las cosas malas te llegan sin necesidad de ir a buscarlas. Ahora suena este valls rítmico y melancólico de fondo, y yo estoy bailando borracho en una sala vacía y a oscuras. Bailaría con mi sombra si no la hubiera perdido, y lo único que me mantiene con sentido es el contacto áspero y frío de la botella, y de mi traje mojado. Los viejos salones retumban con mis pasos (coordinados, al menos), y con el latido de mi corazón que, bueno, al final, resultó que nunca te llevaste pese a que fuera tuyo, y que ahora revolotea en mi pecho como un pájaro enjaulado, que no puede volar. Que no puede volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario