Está bien cambiar de aires de vez en cuando. Necesitaba un lugar lejos, muy lejos, donde oliera a playa e hiciera frío. Un lugar donde dormir mis borracheras en silencio, donde murmurar tu nombre sin que nadie me mirara con cara de asombro y/o decepción. Y aquí sentado, con el susurro constante y rítmico de la marea nocturna, me ha dado por pensar.Creo que no recuerdo el buen día en que te conocí. Buen día, malo o regular, se me pierde entre otras cosas que no vienen al caso. Siempre me gustó el humo de los cigarros, siempre supe que acabaría bebiendo y bebido antes de que la fiesta acabase, y siempre supe que acabaría tatuándome algo tuyo en cualquier parte de mi cuerpo. Así al menos suplo tu ausencia y sufro mis carencias de tu cariño en silencio, como mis ya conocidas borracheras. El otro día, sin ir más lejos, me senté junto a la carretera a ver pasar los coches de largo, para hacerme una idea de cómo tú también pasaste de largo una vez, para recordar a qué huelen los recuerdos apresurados entre maletas recién hechas. Prisas de aeropuerto, París, Roma, desde la otra maldita punta del mundo te mando dos besos fríos y un táper. Me senté allí, tras el quitamiedos, borracho, de noche, para acabar oliendo tus prisas de aeropuerto. Menuda mierda esto de etar sin ti.
Me han perdido las autovías, Pereza no ha dejado de sonar en todo el viaje, me picas demasiado dentro y con demasiada insistencia como para intentar rascarme siquiera. Soy demasiado perro por la noche, se me olvidan las cosas, se me olvida olvidarte, y no lloro por el mero hecho de que no veo necesario llorar porque no estés, al fin y al cabo pasa. Tú princesa, yo sapo, algo no cuadraba. Y forzando las cosas suelen romperse, tú querías volar y un trabajo, yo me conformaba contigo, con poder fumar hasta que me doliera y con una guitarra acústica entre mis manos (eso u otra cosa) para cantarte lo bonita que eres. Pero las prisas de aeropuerto han acabado con mis esperanzas flacas y amarillas, enfermas, y mientras tú te vas a París con amor yo me trago el whisky barato aquí en el balcón, o me intento escapar de un mundo que me tiene agarrado por donde no debería, una rutina que me chupa el alma y unas ganas de comerte insaciables. Vaya puta mierda lo de tus prisas de aeropuerto. Y yo aquí, en la carrete... Joder, otra vez me he saltado la salida que era... a buscar otra puta rotonda...
Como ya he dicho, buscaba un lugar lejos, muy lejos. Y no lo he encontrado. No me ha esperado el otoño, se ha ido con prisas también (o voy muy lento o las cosas me sobrepasan, una de dos), así que aquí estoy, en la terraza de un bar cualquiera de un sitio cualquiera junto a una playa (también cualquiera) que huele a mar, a olas y a frío. Me gusta oler a éso, es mejor que oler tu maldito perfume francés que no se despega del colchón de mi cama. Creo que ya tengo que cambiarlo, me está jodiendo la espalda, o éso o la bebida la cabeza. Otro coñac por favor, de noche refresca y esta terraza está más fría que ver llover desde una ventana sin tener calefacción dentro. Aquí está, otro coñac. No sé cuantos van, no se si es el primero de la noche, el último de la tarde, pero sé que llevo un rato mirando a un punto infinito sin conseguir escribir nada en la libreta amarilla que me he traído, junto a las llaves del Mustang y la tarjeta de crédito, como todo equipaje a éste sitio. Estoy sólo, como un idiota, mirando a la luna, hablándole a ella. Talking to the moon... ¡Eh, ése puede ser un buen título! Vamos a por más...
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