sábado, 3 de septiembre de 2011

el caso es que suena tan bien...

Llegó septiembre.
Es una frase que repito casi incesantemente. Ha llegado lentamente, sin que nadie le hubiera llamado, sin que nadie le esperara. Pero aquí está él,  para romper el hechizo de felicidad del verano, para quebrar los débiles rayos del sol entre las nubes, para vestir de viejas a las hojas de los árboles y hacer que se caigan, para que alfombren las calles. Para que recordemos a un viejo enemigo que se acerca a cada hora que pasa, la rutina; para que quede menos para que volvamos andando al instituto casi metódicamente, como antes; para ir sacando del fondo del armario las sudaderas, las bufandas, las amistades inservibles hundidas en un mar de plata vieja.


Y yo, mientras Septiembre va dejando las maletas en el vestíbulo, sigo aquí sentado, incapaz de hacer nada frente a una ventana de cristal que me ahoga, pues por mucho que transluzca el cristal, sigue siendo una ventana cerrada. Desde aquí veo llover, el cielo está gris oscuro, casi negro, pese a ser las siete y poco de la tarde. Y la lluvia me hipnotiza, me susurra al oído que el parqué esta frío como para bailar descalzo en él. Y yo me sigo repitiendo a mí mismo: "Llegó Septiembre". Y aunque éso me duela por dentro, creo que no hago nada para evitarlo. Porque el caso es que suena tan bien...


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