Amanece en la ciudad, otro día más en el que levantarse y pelear contra mi mismo y contra el mundo. Lo mejor es ajustarse el sombrero y sonreír al perro de al lado del banco donde he dormido. Vagabundo suena fuerte, mejor viajero, básicamente porque no encontré la respuesta en tus ojos, y tuve que irme. Siempre lo he visto así de natural, si algo no funciona, cojo mis cosas y me voy. Llevo caminando demasiado tiempo como para esperar que una mirada me detenga en seco, paralizado. Y bueno, mucho menos tu mirada. Me la sé un poco de memoria, y me cansa. Ya te digo, desperdicié demasiado tiempo mirando en unos ojos que no eran más que un espejismo, un espejo. Creo que nunca dejé de mirar mi pupila con mi pupila. Aún así, descubrí dos diferencias. Una: yo puedo verte todavía, en la distancia, quieta, ¿puedes tú verme a mi?
La otra: yo puedo verme a mi mismo cuando bajo la cabeza, cuando me sumerjo en mis pensamientos. Puedo ver mis zapatos gastados de tanto andar, puedo ver mi sombra cansada detrás mía, todavía pegada a mis talones. Puedo ver mi orgullo colgando del pecho, y puedo distinguir mi sonrisa en los charcos, en los peores momentos. Mi diferencia, en forma de pregunta, es: ¿puedes verte tu a ti? ¿Qué queda? ¿Algo?
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