Puedo escribirte los versos más brillantes que se me ocurran para que tú los quemes sin leerlos. Puedo soportar tus miradas, tu maldito contoneo cuando sabes que te miro. Puedo reprimirme las ganas de besarte cuando te me acercas y me hablas al oído, bajito, cuando puedo sentir tu aliento. Puedo resistir un poquito más cuando me derrumbo por dentro después de que me sonrías. Puedo, incluso, ignorarle, a él. Puedo hacer que nada de lo que es verdad exista, y puedo alimentarme de mis sueños tanto tiempo como me duren. Pero, en el fondo, me empiezo a cuestionar si hago bien, aquí sentado, viviendo una vida que ya no es la mía, que nunca ha sido la mía, mientras tú vives una vida que debería haber compartido. Quisiera hacer las cosas bien, y empiezo por hacerlas al revés, que no mal. Bastantes veces pienso que es muy inútil, que no vale de nada la mayoría de las cosas que hago, ni siquiera esto, escribir. Igual es la canción que suena ahora, ¿la oyes? Antes la conocías bien. Joder... Igual es que soy gilipollas y he estado metiéndome mentira tras mentira en la cabeza, película tras película, canción tras canción; y al final no han resultado ser más que eso, que mentiras. Joder, qué bien sienta esto. Y sin embargo, de absurdo no deja de ser evidente. Confesarme a una puta pantalla y a unas cuantas letras. Pero bueno, aquí está mi salida, por muy irreal que parezca. Ya que no te tengo, al menos, espero que leas esto, que sepas que va por ti, que te brillen los ojos cuando estés acabando y que lo releas por si todavía no se te ha metido en la cabeza que te quiero. Más incluso que él en ése portal el otro día, más incluso que las que te dan abrazos más fingidos que en la tele, bastante más que los que te tiran la caña por comer caliente el sábado; más que en Roma.
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