Había una vez un príncipe que era muy orgulloso, cruel y arrogante. Era un mujeriego y un mal cristiano, y juraba, bebía y jugaba. Aún así, era muy querido por su padre, el Rey de aquel reino. Un día de verano, el príncipe llegó a cazar al tiempo. Al principio, cuando lo abatió, pensó que era una presa más, pero al acercarse a recogerla, se dio cuenta de la importancia de esa presa. Lo llevó a su castillo, se lo enseñó a su padre, que le felicitó, y le organizó un banquete; y el príncipe encerró al tiempo en una mazmorra en lo más profundo de su castillo, para esquivar a la muerte y evitar que los años desgastaran su figura. Ése joven príncipe al tener encerrado al tiempo en su celda de cristal, se volvió orgulloso, altivo, poderoso. Creía que lo tenía todo, tan ciego en su soberbia como estaba, y, un día, en un ataque de poder, dejó escapar al tiempo, abriendo la pesada puerta que custodiaba la entrada a su celda. Y el tiempo voló lejos, lejos de allí... En un principio, el príncipe no le dio importancia, pero sobre él cayó una extraña maldición...
Pasó el tiempo que se había escapado, y las hojas empezaron a caerse en los bosques cercanos al castillo con una velocidad inusitada, asi que el príncipe salió a cazar otra vez. Esta vez, una de sus flechas perdidas alcanzó al amor. El príncipe lo recogió con cuidado y lo llevó a su castillo, donde le encerró en lo alto de una torre para mantenerlo siempre con él, y así, poder cortejar a la princesa que llevaba tiempo grabada en su cabeza. Sin embargo, la princesa lo rechazó delante de todos sus súbditos, y abandonó el castillo. El príncipe, iracundo y herido en su orgullo, se lanzó escaleras arriba y atravesó al amor con una daga de cristal.
Tras esto, el príncipe notó cómo envejecía muy rápidamente día a día, hora tras hora, segundo tras segundo. Su corazón había muerto cuando la mirada de desprecio de la princesa que lo rechazó se clavó en él, y su cuerpo estaba marchitándose como una rosa podrida; así que salió buscando un milagro que le salvara, porque había llevado desde siempre una vida de pecado. El príncipe pedía redención, al menos de su alma atormentada, y así, sin tiempo y sin amor, el príncipe salió de su castillo sólo, a caballo, arrastrando en el alma un peso que ni el mismo había de dónde había salido. Antes se despidió de su padre, que era más joven que él debido al maleficio del tiempo, y repudió el trono y la corona. El Príncipe Sin Corona se internó en el bosque, y allí, llovió durante dos días y dos noches, y el príncipe se perdió...
Unas semanas después de la tormenta, se presentaron dos campesinos en el castillo del Rey Sin Heredero, que estaba muy preocupado por su hijo. Los campesinos aseguraron tener noticias de este, y el Rey Sin Heredero les recibió en la estancia de la más alta torre del castillo, donde había muerto el amor. Los campesinos juraron haber encontrado un caballo muy bello pastando sólo en un claro, y unas armaduras mojadas junto a él, pero nada del jinete... El rey, al oír su historia, comenzó a llorar. Ahora era el Rey Sin Hijo, destinado a llorarle y a echarlo de menos el resto de su vida... un hijo que había nacido matando a su madre en el parto y que había muerto siendo más viejo que su padre... El rey mandó colgar a los campesinos que le habían traído tal funesta noticia, en el mismo claro donde decían haber visto los restos e su hijo, y así fue hecho... Sin embargo, a los dos días, los cuerpos habían desaparecido de las horcas. Los hombres del rey buscaron en la aldea cercana, para ver si les habían bajado de allí sus familiares, pero descubrieron que ellos no habían sido. Tampoco podían haber sido los animales, las sogas estaban cortadas por un puñal; y los viajeros no podrían haber pasado por ese claro del bosque, estaba remotamente escondido entre la maleza...
Los días pasaron, y llegó el viejo invierno. Entonces, en la blanca y pura nieve que se formaba en los caminos tras las noches frías, comenzaron a observarse huellas de unas botas con una suela pesada, y con dos letras grabadas en el tacón: L.B, las iniciales del desparecido. Esas botas habían pertenecido al joven príncipe, y nadie las había vuelto a ver desde que salieran enganchadas en las espuelas del príncipe la mañana en la que se marchó. El Rey jamás lo asumió, pero en el fondo sabía que esas botas eran las de su hijo. Los caminos eran peligrosos, y el bosque más, porque nadie sabía quién llevaba las botas del príncipe. Podía ser él mismo... imposible, era casi un cadáver cuando partió...
Pero lo peor no eran las huellas de las espectrales botas, sino que el tiempo parecía haberse detenido. Todos los días eran invierno, todos los días nevaba, nunca salía el sol. Nunca. EL bosque siempre estaba tenebroso entre la niebla, y el sol frío se ponía muy temprano... siempre invierno, nunca verano.... el tiempo se había detenido... muchos aseguraban haber oído el crujir de las flechas en el bosque, mas nadie cazaba...
***
Desde entonces, cada vez que paso por allí, por la taberna de la aldea cercana al bosque, oigo la misma leyenda: el príncipe está vivo, pero muerto a la vez: sin amor es muerto, pero con tiempo es vivo, y es una sombran un demonio que vive en el bosque, acechando a sus presas... quién sabe que quiere, quien sabe donde estará... Siempre que paso por la taberna de la aldea cercana al bosque encuentro más información para mis historias, y siempre escribo más páginas de leyendas, o realidades... el caso es que siempre que voy a ese maldito pueblo, siempre hace frío, y siempre ha nevado. Y alguna vez aseuro haber visto una sombra en los lindes del bosque...
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