viernes, 8 de julio de 2011

Meses sin dormir

Nunca hubo despedida. Tampoco un "¡Hola!" demasiado claro. Apareciste casi sin querer en mi vida, y prendiste todo con tu sonrisa. Y tus ojos. Y aunque me cueste reconocerlo, caí víctima de tus miradas y tus sonrisas. Tus toques sonaron, tus besos quemaron y tus ojos me mataron. Y me quedé quieto cuando debí de haber corrido hacia ti. Y me callé cuando tuve que decirte todo. Perdí porque aposté demasiado alto. Y ahora... bueno, ahora me quedan mis meses sin dormir; mi completa incompetencia a la hora de componer si no eres tú el tema sobre el que escribir; las canciones que me recuerdan a ti, que me aprendo de memoria a base de escucharlas y escucharlas, pongámonos románticos, en el viejo tocadiscos del salón. Las que bailo descalzo cuando hace frío, con mi sombra como pareja de baile. También me quedan los muchos cigarrillos que me fumé pensando en ti, en nosotros, y en mi irritante gilipollez de dejarte ir. Impotencia, esa es la palabra que define los sueños  que me atormentan por las noches. Y las botellas de Bourbon que vacié por tus ojos, por tu sonrisa, por intentar olvidarlos.

Y me faltó muy poco para perder la cabeza sino hubiera sido por los pedacitos de locura que me prenden de vez en cuando. Y sigo completamente perdido todavía en ése puto lugar entre tus ojos y mi corazón. No sé a donde tirar. Quemé mi alma un frío día de invierno apagando en ella un cigarro, a falta de cenicero. 


Quizás es que tengo demasiados vicios. Demasiados. Como el de joderme a mí mismo la vida. Entre otras cosas, recordándote.

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