lunes, 11 de febrero de 2013

7 am


 Café frío.

Y quizás demasiadas preguntas por responder.  Preguntas que se hacían pesadas mientras volvía a canturrear aquella estúpida melodía. ¿Quién se la había enseñado? Otra más a sumar a la lista.

Café frío, y demasiadas preguntas.

Y una niebla que no invitaba demasiado a salir. Y una estufa demasiado cerca de sus manos heladas, y el calor que actuaba como pegamento.

Una niebla que parecía no querer abandonar la silueta de la ciudad.

Y unas ganas exasperantes por su ausencia. Ganas de volver a llamarla. Pero el móvil quemaba, y le temblaban los dedos, y se le descomponía el estómago.

Y sonrisas. Sonrisas peligrosas cuando se atrevía (y se permitía ) recordar. Sonrisas inesperadas que le sorprendían, y le hacían abrir mucho los ojos.

Pero también faltas. Y ojeras de las noches que más le costó  dormir, con algún pelotazo en el cuerpo de más.

Y falta de café, entonces.

Y una niebla sorda y espesa en toda su vida, entonces.

Y una falta de ganas de todo alarmantes, entonces.

Pero, igual que ahora, demasiadas preguntas sin responder.

Y, al igual que la niebla, no parecía querer despejarse la duda.

Con más inercia que intención, se apoyó sobre la encimera de la cocina, con cuidado de no mancharse con el café. Estuvo un rato escuchando la radio, sin prestar demasiada atención a lo que eran impactantes y frescas noticias. Todos los días moría alguien. Todos los días había más casas vacías y más mendigos apilados en los callejones. Era cuestión de cambiar nombres y escuchar diferentes excusas, o soluciones lejanas y dilatadas en el tiempo. Ella podría haber intentado haber hecho eso. Ahora él podía solo imaginarlas. Se terminó el café, apretando los ojos por el desagrado del frío, y se fue.

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