Por eso, Verónica tenía tan sólo
una sonrisa como un susurro, y unas connotaciones demasiado frágiles como para
escribir sobre ella. Era todo aquello que no había perdonado nunca, porque
nunca había tenido que hacerlo; porque los espejos siempre le devolvían una
mirada más vieja que la suya y le mentían sobre quién era. Verónica se apoderó
mucho y muy seguido de sus cabales, y siempre acabó tendido sin aliento. Verónica era el mal, su mal, pero algo tan necesario como su oxígeno.Quizás el hombre que fue sí podría haber vencido a aquel fantasma, pero en los delirios de sus sueños ella era invencible, porque estaba hecha en su carne, y no podría morir nunca por el tiempo, porque el tiempo era algo tan insustancial para a ambos que lo tomaban tan sólo como un incómodo y molesto encuentro de vez en cuando al mirar a los días que volaban.
Ella era sus mediodías y sus medias de lencería fina cuando se descuidaba, y había tenido la enorme desgracia de llamarse el único nombre que él adoraba escribir con su caligrafía pulcra y cursiva. Ella era el sonido que se quedaba flotando para siempre en el eco del universo cada vez que escuchaba aquel apelativo. Ella era su tormento aceptado voluntariamente, y sabía que acabaría devorándolo, como ocurre con las verdaderas pasiones. Y lo peor es que ella misma le perseguía, en silencio y desde la confianza del olvido, desde lo más profundo de su odio inmaterial (porque Verónica pesaba como el aire, y no podía desarrollar un odio tan poderoso). Sus piernas interminables le guiñaban un ojo cada vez que él se paraba a observarla, con la mirada partida entre el amor y el terror, como cuando miraba la exótica y terrible belleza de un Delacroix. Era ella siempre la que le besaba los labios con una dulzura y un frío antagónicos, y la que vivía unos segundos en sus lágrimas desordenadas de los días tristes de sus meses. Sin saberlo, él amaba a Verónica tanto como la temía. Y más de una vez quiso ser él quien la persiguiera a ella, y perderse ambos para siempre y olvidarse de la física y del mundo. O mejor, dejar que fuera ella la que le derrotase de una vez por todas.
Pero como Verónica nunca tuvo unas connotaciones lo suficientemente fuertes, se quedó sin esta historia.
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